Anteayer me decidí. A pesar de estar a 10 metros de la puerta de casa me ha llevado un par de semanas decidirme pero tras mirarme mucho al espejo, agarrar las tijeras y estar a punto de cortarme esas coletillas que asomaban por la nuca di el paso: fui al peluquero.
Había que sopesar ventajas e inconvenientes para tomar tan difícil decisión. ¿Desventajas? Básicamente que te corten el pelo como una seta o como un cuadrado (que se ve por aquí algunas veces). Porque aunque te creas que hablo jemer, más bien lo chapurreo, ¿cómo le dices al peluquero que quieres el corte de tal o cual manera?.
En el otro lado de la balanza pones todo tipos de argumentos y razonamientos para envalentonarte. Las principales son que tienes que probarlo todo, has de integrarte (bien Kike lleva 20 año cortándolse el pelo aquí y sigue vivo), que no vas a estar esperando a ir a España o Bangkok para cortarte el pelo, que tampoco, muy a tu pesar, te van a dejar mucho más feo de lo que ya eres y que, como última opción, siempre puedes raparte al 1, cosa que alguna vez has hecho. Todo eso y que cuesta 2.000 rieles, es decir, 40 céntimos de euro, argumento que decanta finalmente tu decisión.
Y ¿dónde está la peluquería? En cualquier sitio pues es una caseta de madera abierta por los laterales instalada donde más convenga al "estilista". Eso puede ser al lado del mercado, en medio de la calle o de la carretera (¿Quién querrá cortarse el pelo en medio de la carretera? pregunto yo).
Una caseta de madera sin revistas de moda ni de cotilleos, sin champús ni cremas pero en la que no puede faltar el hilo musical, ya sea suyo o del vecino. La música que no falte. Es lo más parecido a una barbería cutre.
Lo bueno es que no hay que pedir hora ya que eres el único cliente, principalmente porque sólo hay una silla. Te sientas en ella y te remueves porque está inclinada hacia abajo y porque estás expectante ante lo que va a pasar. El peluquero se acerca y ¡se pone mascarilla! ¡¿Para qué narices te pones mascarilla?! Tal vez tus pelos sean más dañinos de lo que te crees pero cuando te habla y le ves la boca agradeces que se ponga la mascarilla y no te eche el aliento en la nuca. Sólo le pides que para afeitarte el cogote no utilice esa navaja que parece un regalo de familia que ha ido pasando de generación en generación. Soprendido te das cuenta que que además de las tijeras normales tiene 2 tipos de tijeras más para vaciar sin cortar mucho. Esto no está tan mal, piensas. Alrededor del cuello te pone una toalla que pretende ser blanca y estar impoluta (suerte que el espejo está sucio y descascarillado y no sabes si la suciedad que ves es de la tela o del cristal) y un gran babero para recoger el cabello.
Y tras empolvarte las patillas y el cuello con polvos de talco se pone a cortar. Primero te repeina como hacía años que no te peinabas tú, exactamente desde el día que hiciste la primera comunión: con la ralla hacia un lado. Luego le dices "tic tic" (poquito) y más tarde otro "tic tic" y otro más (el tío debe de estar ya hasta las narices) hasta que, ni tan siquiera 10 minutos más tarde, ya ha acabado. Te mirás al espejo y decides que no es necesario usar la maquinilla. Por 40 céntimos de euro ¿qué más puedes pedir? Ya serán ellas, las mujeres, quienes juzgarán lo bien o lo mal que te queda.
Estás ya sacando esa gran fortuna del bolsillo cuando te ofrece limpiarte las orejas. ¡Eso es nuevo! Ves unos palillos larguísimos con un trocillo de algodón en la punta y tras imaginarte como debe de ser una lobotomía declinas la oferta. Además, piensas, ¿para qué necesitan esos palillos si con sus uñas tienen suficiente?
Las uñas, esas partes duras de los dedos que regularmente cortas para "no parecer una niña", como decían en la escuela. Se ve que en Camboya no tienen reparos a que los comparen con las niñas porque es característico de los camboyanos dejarse crecer la uña de al menos un dedo de cada mano siendo especialmente apreciados los dedos pulgar y meñique. Esto sucede hasta con los bebés porque supongo que los padres no quieren traumatizar al niño para que con 5 años, y tras volver de la escuela, no les interroge desesperado "¿Se puede saber porque los otros niños tienen uñas de 2 centímetros y yo sólo de 1?". "¡Qué mono el bebe! pero ¿podrían cortarle las uñas?" piensas cuando lo coges en brazos.
La única ventaja de tener unas uñas tan largas es que la mugre acumulada durante años y años de no utilizar ni cepillo ni cortauñas sirve de registro, al igual que en los árboles se sabe la edad por los anillos en su tronco. "Mira, este trozo de aquí (de mierda, y perdón por la expresión, añado yo) es de cuando lleve a pastar a mi primer búfalo" podría decirte uno de ellos señalándote sus uñas.
Y como las del peluquero no difieren de las demás que has visto y como tampoco te apetece que te hurgue en las orejas ni con ellas ni con los palillos lobotómicos pagas y te vas.
"Total ¿no me ha dicho el otorrino unas cuántas veces que no utilice los palillos de las orejas para limpiármelas?" te justificas a ti mismo mientas no paras de atusarte, incrédulo, el cabello.
Había que sopesar ventajas e inconvenientes para tomar tan difícil decisión. ¿Desventajas? Básicamente que te corten el pelo como una seta o como un cuadrado (que se ve por aquí algunas veces). Porque aunque te creas que hablo jemer, más bien lo chapurreo, ¿cómo le dices al peluquero que quieres el corte de tal o cual manera?.
En el otro lado de la balanza pones todo tipos de argumentos y razonamientos para envalentonarte. Las principales son que tienes que probarlo todo, has de integrarte (bien Kike lleva 20 año cortándolse el pelo aquí y sigue vivo), que no vas a estar esperando a ir a España o Bangkok para cortarte el pelo, que tampoco, muy a tu pesar, te van a dejar mucho más feo de lo que ya eres y que, como última opción, siempre puedes raparte al 1, cosa que alguna vez has hecho. Todo eso y que cuesta 2.000 rieles, es decir, 40 céntimos de euro, argumento que decanta finalmente tu decisión.
Y ¿dónde está la peluquería? En cualquier sitio pues es una caseta de madera abierta por los laterales instalada donde más convenga al "estilista". Eso puede ser al lado del mercado, en medio de la calle o de la carretera (¿Quién querrá cortarse el pelo en medio de la carretera? pregunto yo).
Una caseta de madera sin revistas de moda ni de cotilleos, sin champús ni cremas pero en la que no puede faltar el hilo musical, ya sea suyo o del vecino. La música que no falte. Es lo más parecido a una barbería cutre.
Lo bueno es que no hay que pedir hora ya que eres el único cliente, principalmente porque sólo hay una silla. Te sientas en ella y te remueves porque está inclinada hacia abajo y porque estás expectante ante lo que va a pasar. El peluquero se acerca y ¡se pone mascarilla! ¡¿Para qué narices te pones mascarilla?! Tal vez tus pelos sean más dañinos de lo que te crees pero cuando te habla y le ves la boca agradeces que se ponga la mascarilla y no te eche el aliento en la nuca. Sólo le pides que para afeitarte el cogote no utilice esa navaja que parece un regalo de familia que ha ido pasando de generación en generación. Soprendido te das cuenta que que además de las tijeras normales tiene 2 tipos de tijeras más para vaciar sin cortar mucho. Esto no está tan mal, piensas. Alrededor del cuello te pone una toalla que pretende ser blanca y estar impoluta (suerte que el espejo está sucio y descascarillado y no sabes si la suciedad que ves es de la tela o del cristal) y un gran babero para recoger el cabello.
Y tras empolvarte las patillas y el cuello con polvos de talco se pone a cortar. Primero te repeina como hacía años que no te peinabas tú, exactamente desde el día que hiciste la primera comunión: con la ralla hacia un lado. Luego le dices "tic tic" (poquito) y más tarde otro "tic tic" y otro más (el tío debe de estar ya hasta las narices) hasta que, ni tan siquiera 10 minutos más tarde, ya ha acabado. Te mirás al espejo y decides que no es necesario usar la maquinilla. Por 40 céntimos de euro ¿qué más puedes pedir? Ya serán ellas, las mujeres, quienes juzgarán lo bien o lo mal que te queda.
Estás ya sacando esa gran fortuna del bolsillo cuando te ofrece limpiarte las orejas. ¡Eso es nuevo! Ves unos palillos larguísimos con un trocillo de algodón en la punta y tras imaginarte como debe de ser una lobotomía declinas la oferta. Además, piensas, ¿para qué necesitan esos palillos si con sus uñas tienen suficiente?
Las uñas, esas partes duras de los dedos que regularmente cortas para "no parecer una niña", como decían en la escuela. Se ve que en Camboya no tienen reparos a que los comparen con las niñas porque es característico de los camboyanos dejarse crecer la uña de al menos un dedo de cada mano siendo especialmente apreciados los dedos pulgar y meñique. Esto sucede hasta con los bebés porque supongo que los padres no quieren traumatizar al niño para que con 5 años, y tras volver de la escuela, no les interroge desesperado "¿Se puede saber porque los otros niños tienen uñas de 2 centímetros y yo sólo de 1?". "¡Qué mono el bebe! pero ¿podrían cortarle las uñas?" piensas cuando lo coges en brazos.
La única ventaja de tener unas uñas tan largas es que la mugre acumulada durante años y años de no utilizar ni cepillo ni cortauñas sirve de registro, al igual que en los árboles se sabe la edad por los anillos en su tronco. "Mira, este trozo de aquí (de mierda, y perdón por la expresión, añado yo) es de cuando lleve a pastar a mi primer búfalo" podría decirte uno de ellos señalándote sus uñas.
Y como las del peluquero no difieren de las demás que has visto y como tampoco te apetece que te hurgue en las orejas ni con ellas ni con los palillos lobotómicos pagas y te vas.
"Total ¿no me ha dicho el otorrino unas cuántas veces que no utilice los palillos de las orejas para limpiármelas?" te justificas a ti mismo mientas no paras de atusarte, incrédulo, el cabello.