Violación, esclavización sexual, mutilación y apaleamiento, esclavización, trato cruel, ataques a la dignidad humana, saqueamiento, aterrorizar a civiles, asesinato por dos veces y, por si fuera poco, reclutamiento y uso de niños soldados. Estos son los 11 cargos a los que desde hoy Charles Taylor responde ante un Tribunal Especial en La Haya. El que fuera Presidente de Liberia hasta 2.003 los ha negado todos tildándolos de mentiras y, escudado tras unas oscuras gafas de sol y elegantemente vestido, ha proclamado su amor por la humanidad y su búsqueda de la justicia.
“No quiero hablar de ello, no quiero ni siquiera tenerlo en mi cabeza” responde un conductor a preguntas sobre la Unidad Antiterrorista (ATU en inglés), cuerpo encargado de la seguridad de Charles Taylor y guarda personal de Chukie Taylor, su hijo, quien actualmente cumple una pena de casi 100 años de cárcel en Estados Unidos por delitos de tortura. Es difícilmente imaginable el régimen de terror que instauraron en Liberia (“Tierra de libertad”) Charles Taylor y su hijo. Sin embargo, el antiguo Presidente de Liberia, quien además fomentó el canibalismo entre sus tropas para aterrorizar a sus enemigos, no está siendo juzgado por los crímenes cometidos en su país sino en el país vecino, Sierra Leona. Curiosamente, Charles Taylor, a pesar de su crueldad, podría vencer limpiamente en las elecciones de Liberia de 2011 si fuese declarado inocente y volviese al país. Muchos son los que lo temen.
Liberia, al contrario que Sierra Leona, no tiene un tribunal especial para los crímenes cometidos en una guerra de 250.000 muertos, tantos como en la guerra de la antigua Yugoslavia. Los acuerdos de paz de Acrra (Ghana) de 2003 evitaron precisamente este tipo de tribunal y establecieron una Comisión de la Verdad y la Reconciliación (TRC en sus siglas en inglés) inspirada en la transición de Sudáfrica tras el apartheid. Esos acuerdos permitieron a Charles Taylor exiliarse a Nigeria (de dónde fue transferido el año pasado a La Haya para responder sobre la guerra de Sierra Leona). La inclusión también de una posible amnistía para los señores de la guerra fue una mala concesión necesaria para acabar con el conflicto.
La semana pasada la TRC emitió su dictamen final. La Comisión, cuyo mandato es el de ofrecer recomendaciones sobre cómo encauzar la reconciliación de Liberia, parece haber hecho un flaco favor a la estabilización del país. Su dictamen recomienda que los antiguos señores de la guerra sean juzgados (muchos de ellos actuales senadores) y que muchas personalidades políticas no puedan ejercer ningún cargo público durante 30 años. En un acto que algunos interpretan como político y otros como justo, esta lista incluye a la Presidente Ellen Johnson Sirleaf, admirada en occidente por su lucha contra la corrupción y su impulso al desarrollo y a la democratización del país. Los miembros de la TRC han recibido amenazas de muerte por ello y ha habido veladas amenazas de “volver al bosque” si se siguen las recomendaciones. Aunque todos minimizan el apoyo que estos antiguos señores de la guerra puedan tener, nadie olvida que a Taylor le bastó con 75 hombres para iniciar su guerra.
Han sido mucho los liberianos los que han preguntado qué hacer con la TRC, indignados como están de que el dictamen impute a su Presidente. Hay elecciones, la democracia, con una admirable libertad de prensa, se está afianzando lentamente, el país estabilizándose y desarrollándose pero la TRC, que tenía que servir para cicatrizar heridas, solo parece haber servido para echar leña al fuego no sólo por su polémico informe final sino porque han sido muchos los que han declarado ante ella y no han mostrado ningún arrepentimiento por sus actos. Los liberianos preguntan qué hacer y para qué ha servido la TRC y yo no sé qué contestar cuando pienso en las heridas que la guerra civil causó en mi país.
Como dijo sólo hace unos días Obama en Ghana, el futuro de África depende de los africanos; serán los propios liberianos quienes lo tengan que decidir el suyo. Pero el frágil porvenir de este país no se juega sólo en Monrovia sino también en La Haya y en los países vecinos como Guinea, dónde, en un movimiento que parece destinado únicamente a desviar la atención, el presidente golpista Moussa Camara ha puesto a sus tropas en máxima alerta.
Son tiempos revueltos en Liberia que ya ha pasado la crítica barrera de los cinco años de paz (más de la mitad de los guerras se reanudan antes de los cinco años). Aunque el camino hacia la paz de este país con casi 11.000 tropas de Naciones Unidas no está escrito en ningún sitio lo único claro es que Liberia no necesita más buscadores de su propia justicia y amantes de la humanidad a su manera como Taylor.
martes, 14 de julio de 2009
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