lunes, 3 de agosto de 2009

Duro y tierno pero no cínico

En el espacio de 24 horas me han pedido dinero: un taxista para comprar una cuna para su hija; un congoleño que huía de la miseria y la guerra de uno de los países más pobres del mundo; un ex-combatiente que estuvo persiguiéndome veinte minutos para comprar comida mientras me enseñaba heridas de guerra en el brazo y el estómago; un botswanés que me aseguraba que le habían dejado tirado en la calle y me quería 20 dólares para pagar el hotel; un hombre llorando que necesitaba otros 20 dólares para poder llevar el cuerpo de su hijo, muerto el día antes, en taxi hasta casa,; un mutilado que juega a futbol y pedía insistentemente dinero para la cena; una madre, con su niño en brazos, que, además, me quería vender un carbón que no necesito.

Uno de las experiencias aquí es aprender a decir a decir que no, o que no tienes el dinero o que lo tienes pero que no lo vas a usar como ellos dicen pues de otro modo, a pesar de ser muy ineficiente, te arruinarías en dos días.

Cuando conoces a un liberiano de a pie, que son la inmensa mayoría, automáticamente te dice que quiere ser “your friendo”, como si la amistad fuese como el billete que se compra al subir al autobús. Ellos no entienden el significado que para nosotros tiene la palabra “friend” y nosotros no entendemos que para ellos pedirse dinero unos a otros es de lo más normal del mundo. La presión en los liberianos emigrantes para que envíen remesas a todo sobrino, nieto, hermano o primo, no ya de tercer grado, si no cualquier grado inimaginable es tremenda. Al hombre blanco se le supone aún más.

El problema principal es que muchas, muchas de esas historias son pura papanatas y mentiras. La vida no es fácil en Liberia, eso algo que nadie puede negar. Pero cuando uno se siente a hablar con la gran mayoría de esta gente se da cuenta de que las cosas no son como parecen, de que muchas son invenciones que se repiten una y otra vez. Desgraciadamente somos aquí muchos los que hemos oído la historia del hijo muerto y del dinero para el taxi. Cuándo alguien puede inventarse una historia así ¿cómo vas a creerte muchas otras menos dramáticas?

Aquí hace falta mucha ayuda y es mucha la gente que sufre. Sólo hay que abrir los ojos para verlo pero el tío del que te hablan no es tal si no un amigo lejano de la familia, el taxista tiene tele, DVD, generador, y dos coches, ciertamente viejos, pero funcionado como taxis; el amputado tiene la prótesis en casa pero no se la quiere poner porque de otro modo su efecto se disminuiría; el hombre que llora no te puede decir por qué, si su hijo está muerto en el hospital, él está en la otra punta de la ciudad; la madre que te quería vender el carbón y pedir la limosna tiene otros negocios por ahí y gana mucho más de lo que podías pensar; y al botswanés hace un mes que le vi por la ciudad a pesar de asegurarme que acaba de llegar.

Desgraciadamente, el resultado de días como las últimas 24 horas es que el cinismo y la desconfianza se instalan en muchos de los que han venido aquí para ayudar. Es una manera de saber que por estos Lares la pillería y el timo, al igual que la necesidad y la tragedia, son moneda común.

Todo me recuerda a las palabras de Carmen Iglesias en una entrevista de hace unos días sobre un personaje: Si no fuera duro, no habría sobrevivido; si no fuera tierno, no habría merecido la pena sobrevivir. Simplemente, hay que quitarse la venda de los ojos.