Sentado bajo un pobre cobertizo de madera y paja descubro el valor de nueve vidas: un microcrédito de 207 euros.
Abrazando una de sus piernas por la rodilla y la otra colgando, moviéndola a ratos nerviosamente y a ratos meciéndola, Salit me cuenta entre palabras entrecortadas y risas nerviosas su proyecto. Ella, Salit, de una apariencia que ronda la cuarantena, es madre de siete hijos: Salit, Salí, Salat, Salay, Salam, Saley y otro más cuyo nombre olvidé por haber escapado a esa tradición de nombres tan seseantes. Me explica que por mil baths tailandeses podrá alquilar una hectárea y media durante tres años. Un vecino suyo, propietario de ésta y muchas más tierras, le ha hecho una muy buena oferta mas ¿con qué financiar ese proyecto si apenas tienen para comer y comprar ropa?
Mientras hablamos y calculamos aparece el marido y siento vivir como en un sueño la respuesta de porqué casi todos los créditos son concedidos a mujeres: El hombre, inseguro en un caminar zigzagueante y dejando un fuerte rastro oloroso de alcohol a pesar de tan temprana hora, hace acto de presencia inentando tomar las riendas de una conversación que no le corresponde entre los ojos ya llorosos de su mujer. Sus pretendidas suaves caricias no hacen más que aumentar la desazón de la mujer. Molesto no puedo evitar hacer un par de preguntas que cortan su verborrea tan falta de claridad como de comicidad: Señor, usted ¿de qué trabaja?¿cuántos días a la semana trabaja?. Hechas las mismas preguntas a la mujer la respuesta es demoledora: Todos los días de lo que puedo para alimentar a mis hijos.
Volvemos a hacer números y me asusta pensar poder quedar atrapado en un trampa de tan bajo precio, 207 euros, y tan alto valor, 9 vidas. Una hectarea y media, añadida a la hectarea que ya poseen les permitirá producir alrededor de cinco mil kilos de arroz bruto (con la cáscara), que quedarán reducidos a unos 2.500 ya limpios. Si calculamos que una persona adulta consume unos 180 kg. (ciento ochenta escribo para que no quede dudas del número) de arroz por año, les quedarán mil kilos; veinte sacas de cincuenta kilos, con los que pagar todas las deudas y compras de todo un año.
Son veinte sacas que dan para seiscientos dólares con los que pasar un año. Veinte sacas para alimentar ocho bocas. Es Salay, el noveno, un magnífico chaval con dos piernas de trapo víctimas de la polio que vive conmigo el centro de discapacitados.
Son 207 euros para mejorar diez vidas: las de Salit, su ebrio marido, y los seis hijos de nombres seseantes, la de Salay por saber a su familia mejor y la mía por verle sonriente.