A esas horas del día el sol se desploma y la luna se alza, la luz es un pincel naranja que todo tiñe, las sombras se alargan y la vida renace al abrigo de una leve y breve tregua de calor.
La mesa y los bancos de un granito ya frío de enfrente de mi casa ofrecen acomodo a un número dispar de niños y adultos: es un corro de muletas, sillas de ruedas, piernas buenas, piernas malas, falta de piernas que se anima robando energía de la luz que se apaga. Los hay bajos, muy bajos y alguno que tal vez será alto, tuertos, ciegos y con vista de lince, con un brazo, dos muñones o de manos muy largas, con dos piernas de trapo, con una hercúlea como la otra enclenque, o de plástico y metal y alguno muy grande sin necesitar piernas para demostrar su altura de espíritu. Los hay listos, muy listos y algún que otro zoquete al que el aserrín se le escapa por las orejas, morenos, ninguno rubio, piel color café, café con leche o chocolate espeso, guapos y feos. Introvertidos pocos, parlanchines la mayoría, sonrientes todos.
Nunca estamos todos, nunca somos los mismos pero nunca falta aforo a esas charlas de patio de vecinos. Aunque no haya más asientos que una docena bien apretada siempre hay sitio para el que llega, ya sea huésped o una de las más de sesenta vidas que aquí viven y reviven.
La cháchara discurre animada, como siempre, con rítmicos golpeteos de algún percusionista del alma, con cantos de quien quisiera triunfar en los escenarios, con juegos muchos, con amores pasados, presentes y por los que se suspira para que lleguen. Entre medio se cuelan las palabras para dejarte saber quien quiere ser abogado, médico o enfermera, muchos éstos para aliviar el sufrimiento a otros por el que ellos pasaron, informático, mecánico, secretaria, contable y alguno que será jefe, pues su vigorosa y serena voz no entiende de limitaciones. Otras te hablan de esposas, maridos e hijos dejados atrás, de una vida escrita con renglones torcidos que están enderezando.
Allí, tú, uno más como ellos, a cara descubierta: pregunta directa, respuesta franca. No hay un tú, no hay un ellos, hay un nosotros. Es la terapia de las palabras y la franqueza, la hora de superar traumas y miedos.
A esas horas, a todas horas, todos iguales porque valemos tanto como ellos: Una vida.
La mesa y los bancos de un granito ya frío de enfrente de mi casa ofrecen acomodo a un número dispar de niños y adultos: es un corro de muletas, sillas de ruedas, piernas buenas, piernas malas, falta de piernas que se anima robando energía de la luz que se apaga. Los hay bajos, muy bajos y alguno que tal vez será alto, tuertos, ciegos y con vista de lince, con un brazo, dos muñones o de manos muy largas, con dos piernas de trapo, con una hercúlea como la otra enclenque, o de plástico y metal y alguno muy grande sin necesitar piernas para demostrar su altura de espíritu. Los hay listos, muy listos y algún que otro zoquete al que el aserrín se le escapa por las orejas, morenos, ninguno rubio, piel color café, café con leche o chocolate espeso, guapos y feos. Introvertidos pocos, parlanchines la mayoría, sonrientes todos.
Nunca estamos todos, nunca somos los mismos pero nunca falta aforo a esas charlas de patio de vecinos. Aunque no haya más asientos que una docena bien apretada siempre hay sitio para el que llega, ya sea huésped o una de las más de sesenta vidas que aquí viven y reviven.
La cháchara discurre animada, como siempre, con rítmicos golpeteos de algún percusionista del alma, con cantos de quien quisiera triunfar en los escenarios, con juegos muchos, con amores pasados, presentes y por los que se suspira para que lleguen. Entre medio se cuelan las palabras para dejarte saber quien quiere ser abogado, médico o enfermera, muchos éstos para aliviar el sufrimiento a otros por el que ellos pasaron, informático, mecánico, secretaria, contable y alguno que será jefe, pues su vigorosa y serena voz no entiende de limitaciones. Otras te hablan de esposas, maridos e hijos dejados atrás, de una vida escrita con renglones torcidos que están enderezando.
Allí, tú, uno más como ellos, a cara descubierta: pregunta directa, respuesta franca. No hay un tú, no hay un ellos, hay un nosotros. Es la terapia de las palabras y la franqueza, la hora de superar traumas y miedos.
A esas horas, a todas horas, todos iguales porque valemos tanto como ellos: Una vida.