Es sábado, 10 de la mañana, y dando una vuelta por los alrededores de Battambang nos cruzamos con una colorida carpa de anchas rayas verdes, azules, rojas y amarillas y guirnaldas rosas ocupando el borde del camino debajo de la cual hay multitud de mesas cubiertas con manteles de cuadros de tonos marrones y rojizos rodeada cada una de ellas por una decena de sillas rojas de plástico y un par grandes altavoces por los que resuena potente e ininteligible voz del orador de turno; nos hemos topado con una boda, está claro.
Luke y yo ya hemos sufrido en nuestros oídos decenas de bodas y nuestras ojeras son la mejor muestra de ello. Falta Ani, que acaba de llegar y la que queremos integrar rápidamente en la cultura camboyana por lo que no encontramos mejor manera que pararnos y decirle que vamos dentro. Además aprovecharé para sacar unas cuantas fotos. Con todo esto los camboyanos no tienen problema alguno. Es más que un blanco se junte con ellos durante la celebración parece subir el caché de los novios. Así que con 2 barranes y una blanca y guapa occidental parece que les ha tocado la lotería.
Al acercarnos a la entrada se nos ponen a hablar y en mi rudimentario jemer le pregunto a uno de ellos donde está la mujer (no, no sé como se dice novia a pesar de llevar 7 meses aquí) y nos indican que subamos al piso superior. Seguramente, pienso, está cambiándose en uno de los tantos vestidos que tiene que vestir para demostrar la riqueza de la pareja.
Para no quedar mal me dirijo a uno de los adultos que sostiene una gran copa entre sus manos, llena de billetes, y en la que gente deposita sus regalos, para darle algo de nuestra parte.
Al novio no se le ve por ningún lado.
Tras descalzarnos y dejar las sandalias encima de otros muchos pares ascendemos y lo primero que me llama la atención es la cantidad de beatas que hay y el olor a incienso. Las beatas son mujeres ancianas que se afeitan la cabeza y visten de blanco. Vienen a ser, salvando muchas distancias, las monjas budistas.
Me precede Ani, quien al atravesar el linde se voltea hacia mí y me mira extrañada pero sin decir nada pues no sabe cuales son las tradiciones camboyanas. Con sus ojos parece querer interrogarme si estira de la manta. ¿Cuál será la sorpresa? y ¿Por qué hacen eso?
Pero al entrar yo entre camboyanos sonrientes y con mi cámara colgando en el costado nos damos cuenta rápidamente de lo que pasa: ¡Estamos en un funeral!
¡Ani, por favor, no tires de la manta! Como un rayo sale de la habitación entre camboyanos con la sonrisa dibujada en sus rostros y beatas de labios radiantemente rojizos. Luke ni siquiera ha llegado a entrar y cuando le digo lo que pasa no podemos evitar que se nos escape alguna carcajada por lo bajo con Ani ya al pie de la escalera.
¡Y los camboyanos insistiéndome en que saque fotos y rogándome que me quede para contarme la historia de la fallecida mujer de 75 años!
Ya decía yo que algo no me cuadraba: no se oía música por ningún sitio a pesar de los altavoces.
Pero por el resto todo es igual que en las bodas.
Y aunque nos vamos precipitadamente, sobretodo para no reírnos por esta forma tan intensa y equivocada de empapar a una recién llegada en la cultura, el hombre del micrófono no para de darme las gracias con mil sonrisas por mi, reconozco, escaso donativo.
Ahora ya estoy advertido de que no es lo mismo preguntar por la srei (mujer) que hacerlo por la coun cromom (novia).
Luke y yo ya hemos sufrido en nuestros oídos decenas de bodas y nuestras ojeras son la mejor muestra de ello. Falta Ani, que acaba de llegar y la que queremos integrar rápidamente en la cultura camboyana por lo que no encontramos mejor manera que pararnos y decirle que vamos dentro. Además aprovecharé para sacar unas cuantas fotos. Con todo esto los camboyanos no tienen problema alguno. Es más que un blanco se junte con ellos durante la celebración parece subir el caché de los novios. Así que con 2 barranes y una blanca y guapa occidental parece que les ha tocado la lotería.
Al acercarnos a la entrada se nos ponen a hablar y en mi rudimentario jemer le pregunto a uno de ellos donde está la mujer (no, no sé como se dice novia a pesar de llevar 7 meses aquí) y nos indican que subamos al piso superior. Seguramente, pienso, está cambiándose en uno de los tantos vestidos que tiene que vestir para demostrar la riqueza de la pareja.
Para no quedar mal me dirijo a uno de los adultos que sostiene una gran copa entre sus manos, llena de billetes, y en la que gente deposita sus regalos, para darle algo de nuestra parte.
Al novio no se le ve por ningún lado.
Tras descalzarnos y dejar las sandalias encima de otros muchos pares ascendemos y lo primero que me llama la atención es la cantidad de beatas que hay y el olor a incienso. Las beatas son mujeres ancianas que se afeitan la cabeza y visten de blanco. Vienen a ser, salvando muchas distancias, las monjas budistas.
Me precede Ani, quien al atravesar el linde se voltea hacia mí y me mira extrañada pero sin decir nada pues no sabe cuales son las tradiciones camboyanas. Con sus ojos parece querer interrogarme si estira de la manta. ¿Cuál será la sorpresa? y ¿Por qué hacen eso?
Pero al entrar yo entre camboyanos sonrientes y con mi cámara colgando en el costado nos damos cuenta rápidamente de lo que pasa: ¡Estamos en un funeral!
¡Ani, por favor, no tires de la manta! Como un rayo sale de la habitación entre camboyanos con la sonrisa dibujada en sus rostros y beatas de labios radiantemente rojizos. Luke ni siquiera ha llegado a entrar y cuando le digo lo que pasa no podemos evitar que se nos escape alguna carcajada por lo bajo con Ani ya al pie de la escalera.
¡Y los camboyanos insistiéndome en que saque fotos y rogándome que me quede para contarme la historia de la fallecida mujer de 75 años!
Ya decía yo que algo no me cuadraba: no se oía música por ningún sitio a pesar de los altavoces.
Pero por el resto todo es igual que en las bodas.
Y aunque nos vamos precipitadamente, sobretodo para no reírnos por esta forma tan intensa y equivocada de empapar a una recién llegada en la cultura, el hombre del micrófono no para de darme las gracias con mil sonrisas por mi, reconozco, escaso donativo.
Ahora ya estoy advertido de que no es lo mismo preguntar por la srei (mujer) que hacerlo por la coun cromom (novia).