miércoles, 23 de enero de 2008

En cuclillas

Un par de viejas sandalias azules de caucho de apenas un dólares y media descansan sus desgastadas suelas en el umbral de la puerta de lo que a duras penas puede llamarse una casa. En el interior, en la penumbra, arrodillados y en círculo para manifestar su condición de iguales se reúnen, en medio de la pobreza, huéspedes e invitados. La oscuridad se confunde con el color oscuro de su piel, que es el de la desesperanza de aquellos que sin saber lo que es perder porque nunca tuvieron siempre salen derrotados.

Allí reluce débilmente un canoso flequillo de cabellos grises. Está acuclillado sobre sus pantorrillas. La cabeza inmóvil, atenta, escucha. Esa segunda piel que es la tela de su cromá amarillo y una cadena de plata de eslabones medianos, de la que cuelga un Cristo mutilado por debajo del corazón, son más carta de presentación que su nombre: son toda una declaración de intenciones.

Más que su piel clara, su polo y sus pantalones chinos de corte occidental son las miradas agradecidas y atentas de los demás las que le delatan. A pesar de tener no tener hijos sus bocas pronuncian una cariñoso “padre”. A pesar de no ser santo oficia sus pequeños milagros a través de su particular octavo sacramento: el de la silla de ruedas. Con él levanta del suelo a muchos de sus “hijos” que antes no eran más gusanos.

Sin embargo, es como el tipo que te has cruzado mil veces en el metro pero cuya cara no recuerdas porque jamás te paraste a conversar con él. O como el compañero de café de quien sólo sabes el nombre sin importar jamás los apellidos o su historia. Como nuestros desayunos. Como aquellos, el también se enfada, se cabrea, se ríe, se equivoca, se emociona, se preocupa, se cansa, se estresa y se enferma. Como tú, como yo. No hay hombre sin mácula que no sea digno de reproche. Como él.

Todo lo tuyo, todo lo mío, toda esta absoluta normalidad es la que le hace extraordinario. Es precisamente su humildad la que hace que alcemos la vista para mirarle recogidos de corazón. Esa absoluta convicción, Fe, de servicio a quien necesita nos convence a otros para servirle en su tarea. Llevo un año a su lado y aprendí más del ser humano que en mis veintinueve anteriores.

Tiene nombre y apellidos, apodos, títulos, tratamientos y condecoraciones. Pero allí, de cuclillas, confundido en las tinieblas, es una sonrisa de candidez que habla, escucha, comparte y apoya. Es, simplemente, Kike.