Una larga espera en una butaca precede a otra aún más larga luchando contra pesados párpados para pasar en un instante del invierno al verano. El gélido aire de la meseta deja paso a un frío aire artificial que anuncia un bochorno sin tregua al acecho tras el cristal. Todo cambia lenta pero rápidamente. He visto nacer y morir al sol en el horizonte bajo esta cúpula de hormigón. La cucharada lleva a la boca sabores que no hace mucho resultaban extraños y que ahora extrañas tras haber saboreado aquellos que añorabas pero que ahora te son ajenos. El picante oscuro y envolvente tan sólo cederá ante un nuevo e infinito bocado de arroz, convertido en necesario. Las frutas exóticas son ahora las más comunes y las que fueron comunes son exclusivas e inalcanzables. Mangos por manzanas, peras por papayas. Especias por doquier, un río vaporoso y fuerte, espeso como una niebla de invierno, que se ve, se siente pero no se toca, lo inunda todo. La nariz se satura y corresponde al paladar sacarte de dudas sobre qué es lo que comes. De tanto oler ya no hueles nada. Diríase que es la evolución natural para escapar así de un cargante hedor de contaminación y basuras. De tanto ver ya no ves nada. El desorden ordenado de una ciudad sin orden ya no te aturde. Los maduros verdes plátanos y las sabrosas verdes naranjas te aseguran que los colores del arco iris son pocos o están mal explicados. El amarillo es verde y el naranja también. De tanto oír ya no oyes. Como al sumergirte en agua, un manto de silencio de sonoros ruidos indeterminados se confunde tapándote los oídos. La música es tal que el aire: lo ocupa todo, es imposible escapar a él y sólo se consigue cuando ya no hay vida. De un modo apagado celebras que en tus oídos aún resuenen sin tregua los acordes agudos de instrumentos de cuerda ya tan familiares. Intuyes el ruido sordo que se escapa por un ajado tubo de escape proveniente del motor renqueante de la moto que te lleva. Y aunque ya no ves las imágenes te llegan nítidas y con perspectiva. Ha bastado recorrer medio mundo para volver a crecer, a pesar de tu edad, y sacar una cabeza a tantos. Un par de manos, palma contra palma, a la altura del pecho te dan la bienvenida mientras a mi alrededor se suceden las leves sacudidas de cabeza y multitud de expresiones onomatopéyicas. Mi respuesta es autómata. Ya nada te sorprende, piensas mientras sonrío, contento. Has vuelto a la que ahora es tu casa.
jueves, 13 de diciembre de 2007
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