miércoles, 4 de junio de 2008

¡Vaya mierda de vida!

Ahí, en medio de la nada, dónde no hay más que un todo de nada, sólo puedo gritar en alto "¡Vaya mierda de vida!".
Está ahí sentada con su pierna de plástico y su ojo vidrioso muerto, los dos regalos eternos de una mina pisada tantos años atrás, amantando a su pequeño hijo de dos años, regalo de un marido ausente, con unos pechos que, secos de delgadez, engañan la boca del infante más que alimentarla. 25 años y nada por delante.
Se cobija, junto a su madre, su hermana y algunas mujeres más en lo que inapropiadamente llaman casa, pues uno no debería llamar por tal nombre a cuatro palos de bambú resecos que, torcidos, aguantan un techo de hojas de palma tan agujereado que es imposible saber cómo dormirán secas en una noche de lluvia. El suelo, levantado a escasamente un metro del suelo, está formado por láminas del mismo viejo bambú tan separadas entre sí que te cabría el pie, si te atrevieras a subirte, cosa que no haces cuando un niño, de cabeza a medio rapar lleno de crostras y moscas, lo hace crujir bajo sus ligeros pies. Por ahí no se colarán mosquitos portadores de dengue, lo harán enjambres enteros.
¿En qué trabajan? En nada ¿Qué hacen durante el día? Nada ¿Qué esperan? Nada. ¿Qué pueden esperar? Nada. Mascar hierba y escupirla para matar el hambre . Nada.
Les construiremos una casa. Será de madera y uralita. No tendrá agua corriente, ni luz. Tal vez, en un futuro, un retrete. Estarán contentas de poder esperar la nada con un techo bajo el que no se mojen.
Pero, yo me pregunto "y luego ¿Qué?" Están lejos de todos, cerca de nada, iliteratos, la chica, 25 años, no puede esperar más que a parir pues teniendo que cuidar de sus hijos no puede ni tan siquiera ir a clases de costura. Aquí, lo de la educación a distancia es cierto: la eduación está, demasiadas veces, a gran distancia de todos. Tan sólo unos minutos antes hemos visitado a otra mujer amputada de pierna con un crío de pocos años. Sin embargo, ésta tuvo la suerte de poder estudiar y le hemos llevado una máquina de cosar con la que remendar la ropa de los vecinos.
Aquí, en ninguna parte, ¿Qué hacer para que ellas salgan adelante? Siempre solemos contar las historias que salen bien, de final feliz, de cómo hemos ayudado a éste o aquél, vemos la sonrisa de un niño que tiene un libro nuevo. Pero hoy estoy frustrado y cabreado. Nunca se dice pero a veces hay que aceptar ciertos casos en los que tú no puedes más. Molesta, fastidia, irrita, duele y jode pero así es.
Sigo dándole vueltas a la cabeza y no tengo ni ganas de escribir. Uno tiene ambiciones, legítimas, quiere avanzar y mejorar. No hay nada de malo en ello pero ¿por qué ellas no pueden? Y pienso que no hay nadie que no hay nadie que se preocupe por ellas. ¿Dónde están los servicios sociales?¿la escuela, los comedores y hospitales públicos donde tratar ese ojo?¿dónde está el "estado del bienestar"?
Pero estoy aquí porque estoy vivo y, por esa misma sangre que me altera y me insufla de vida, no quiero tener que gritar por la boca de otro, que ni sabe ni puede, y seguramente ni espera, "¡Vaya mierda de vida!".