domingo, 3 de agosto de 2008

El fin de un capítulo

Espero que puedas perdonar esta tan larga ausencia pero las que ahora escribiré serán unas líneas que he intentado retrasar hasta que el tiempo me ha acabado cazando. Nunca fui bueno en las despedidas pero peor aún soy en aquellas que dicen adiós a cada una de las caras que me han hecho feliz.

Cada cara, reflejo sonriente de un alma fuerte que algún día se resquebrajó, me ha concedido el honor de entrar en su vida y me ha enseñado lecciones para las que no hay escuela: humildad, sufrimiento, aceptación, superación y lucha diaria. A través de ellos aprendí la sencillez, el valor de la presencia y la felicidad de recibir tanto al dar tan poco.

Nunca me gustaron las palabras cursis, demasiado dulces o rimbombantes pero, sentado en mi cama a miles de kilómetros de sus lechos, siento que éste ha sido el lugar en que me he hecho hombre aunque mi cabellera hace tiempo que luzca claros en la frente.

No te escribí porque dediqué este último mes y medio a disfrutarlo en todos sus minutos, mañana, noche y madrugada, con aquellos que tanto me han dado por tan poco recibido. He necesitado de todo este tiempo para arrancarme de ellos. Al hacerlo sentí mi corazón negarse a acompañarme y no han sido pocas las lágrimas derramadas por ello.

En este año y medio no han sido poca las veces que he oído como me felicitaban, me elogiaban y me daban las gracias por estar ahí. Lo agradezco pero en verdad te digo que no hay nada más alejado de la realidad. Los valientes de verdad, los héroes a diario, son ellos, los camboyanos, porque, seamos sinceros, ellos no pueden coger un avión e irse a otra tierra si las cosas se ponen feas o necesitan buscar un trabajo. Son ellos los que han de sacar el país, su país, adelante y los que sufren y lo pasan mal y peor. Yo he sido un privilegiado al verlo y entenderlo.

Todo tiene un principio y un fin. Pero éste ha sido para mí sólo el fin de un capítulo de un libro que ha de seguir y del que no puede haber punto final. Podría contarte aún muchas cosas, buenas, malas, mejores y peores de este país y de sus gentes, ¡tantas cosas se quedaron en el tintero!,pero jamás, aun repasando una y mil veces el diccionario, encontraré el modo, el vocablo, el verbo que exprese la felicidad contenida en tantas lágrimas derramadas y el agradecimiento que, en vano, intento comunicarte.

Si me preguntas cómo estoy te responderé que triste pero que, incluso en lo más íntimo de mí, allá dónde se guardan las penas más profundas, soy feliz. Soy feliz porque (y yo mismo sonrío al leer esto pues suena muy místico) encontré mi camino. Tantas veces oí que es más feliz el que da que el que recibe y al final tuve la dicha de comprenderlo. Dando sólo un poco de mi tiempo he recibido la experiencia de mi vida.

Seguro que te preguntas el por qué de mi partida. En esta larga lucha interna y eterna de la cabeza y el corazón acabé en tablas. Comprendí que lo más justo para ellos es ayudar en la medida de tus posibilidades y entendí que para ello he de estudiar más para comprender y colaborar mejor. Pero el corazón, apasionado él, impuso el retorno.

Me voy para volver a un lugar del que nunca escaparé porque ni quiero ni sé huir de aquellos que en su empujar las sillas de ruedas, en su constante caminar de muletas y prótesis, me han completado. Mientras, con los ojos ya resecos, soy la prueba de que se puede vivir sin corazón pues el mío se quedó bombeando en Camboya.
Me voy pero volveré porque habré de recuperar el corazón que me espera para escribir, ya juntos, otro capítulo más en la Cochinchina.
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