viernes, 21 de septiembre de 2007

Vida de perro

Estoy paseando y oigo a alguien decir "Menganito lleva una vida de perro" dando entender lo lo mal que vive, pues los perros viven mal, se supone.

Inmediatamente no puedo evitar ponerme a pensar en el fiel y leal amigo que tienen mis padres en Barcelona. Reconozco no ser el mejor amo del mundo y comprarle todos los juguetes y ropajes disponibles en la tienda para mimarle pero aparte de eso Scully, que así se llama, baja dos o tres veces al día a la calle, come diariamente su pienso y alguna que otra galleta o sobra, cada mañana recibe sus 10 minutos de caricias para darle los buenos días, duerme cuanto quiere, si enferma el veterinario lo sana y cuando va al campo es más feliz que unas pascuas. Aparte de faltarle alguna perrita con la que echar una cana al aire no es que tenga una vida muy de perro. Es decir, come, juega, duerme y recibe atenciones y cariño. No está mal e incluso alguno podría pensar, estresado por el trabajo, ¡Yo quiero una vida de perro!

Pero en Camboya ves un maloliente pielyhuesos, hogar de pulgas y parásitos, sarnoso, de andares inquietos, mirada insegura, ladridos silenciados, patas finas, cuerpo estrecho, costillas marcadas, áspero pelo, hocico fino, puntiagudas orejas cortas, largo rabo gacho, miedoso desde que le robaron su braveza las pedradas de niños, ancianos, muchachos y adultos, desconocedor de un regazo y del cariño, con más puntapiés en el cuerpo que un balón de fútbol en el patio de un colegio, lleno de cicatrices, recuerdo inborrable de la afinada puntería de los tirachinas de los chavales, olfateador infatigable en busca de su comida diaria y que es lo más diferente a esa mimada mata de pelo limpia, peinada, sana, simpática, cariñosa, fiel y tal vez gorda que tienes ahí, a tu lado, mientras lees este blog a la que llamas perro. Pero éste no es can albarraniego, ni alforjero, ni braco, ni brucero, ni sabueso, ni de ayuda, ni de busca, ni mucho menos lucharniego, ni viejo, ni de casta, ni tan siquiera faldero mas simplemente feo y callejero.
Y al principio cuando vas a correr te ladran, a escondidas de los amos. e incluso alguno te persigue preocupándote y haciéndote pensar en comprarte algún silbato de ultrasonidos que los ahuyente hasta que un día imitas a los camboyanos y levantas la mano haciendo ademán de tirar una piedra provocando en el chucho una estampida como alma que lleva el diablo dejándote claro cómo les tratan.
Aunque peor les trataría el veterinario, por poner un nombre a quien, bisturí en mano, les raja por donde sea necesario, dejándolos tirados en un rincón sin gasas, ni algodones o calmantes.

Entonces un lamento de tu perro te hace volver a la realidad y a la la conversación y no puedes evitar interrumpir con una pregunta:
Lleva vida de perro pero ¿perro de dónde?¿español o camboyano?

jueves, 20 de septiembre de 2007

Las 3 preguntas

A mi educaron a decir siempre por favor y gracias, además de otras frases corteses. Y en todos aquellos lugares en los que he estado lo primero que he intentado aprender es a decir esas frases en el idioma del lugar tan sólo esperando que el otro entiendese mi buena predisposición e interés, por mucho que me pareciese que la boca se me llenaba de sonidos sin sentido.

Sin embargo ya se sabe que no hay verdades universales (y ni siquiera esto es verdad) pues los libros de idiomas no incluyen las fórmulas camboyanas. El orden de aprendizaje suele empezar por un hola, un por favor, un gracias, un adiós y un me llamo tal. Luego puedes continuar con un qué tal y un, como mucho, ha sido un placer pero estoy convencido de que a la señorita Rottenmeyer de turno no le pides que te enseñe, así de sopetón, expresiones como "vengo de hacer la compra en el mercado", "tengo que ir al banco" o "aunque te parezca increíble y a pesar de ser las 10 de la mañana aún no he desayunado".

Estas extrañas frases no son más que simples respuestas a las tres preguntas más famosas y recurrentes que saldrán de la boca de un camboyano como fórmula de cortesía. A saber:

- ¿Moc pi ná?
- ¿Tao ná?
- ¿Ñambai jaui?

No, el camboyano no se escribe así ¡Ojalá! Aquí tienes una transcripción fonética, de las que llenan mi libreta de apuntes, para saber, ménos que más, como se pronuncian. La traducción es un simple: ¿De dónde vienes?¿A dónde vas?¿Has comido ya?

Es práctica común que las tres preguntas se hagan una a continuación de la otra cuando apenas has tenido tiempo de articular, con gran esfuerzo mental, la respuesta para la primera. Como alternativa (agradecido por tu fatigado cerebro) pueden preguntarte sólo una de las dos primeras según si te vas o vienes y ven que por tus veloces andares no tienen tiempo para más.

Tú llegas a casa y tras tu chom-rip-sú (hola, para que nos entendamos) te sueltan un moc-pi-ná. Piensas que qué majo el chaval que quiere entablar convesación contigo, orgulloso como estás de responder en su lengua, y no lo piensas antes por que la cabeza no te da para tanto con esto del jemer; una cosa u otra. Y sin más dispara la segunda: "¿Tao ná?" ¡Eh! ¿Para qué quiere saber a dónde voy? Pero si al final del pasillo sólo está mi habitación, razonas para ti mismo. Y vuelves a contestar (espera que piense un ratito, le haces entender con la mano, que no me acuerdo de cómo se dice habitación). Entonces, cuando piensas que ya está, te da la puntilla como a un toro agonizante: ¿Ñambai jaui? "Espera (de nuevo), déjame que piense" parece decir tu sorprendida cara porque te ha parecido entenderlo, es más, estás casi seguro de haberlo entendido pero dudas de tu capacidad de comprensión porque no es posible (o al menos no lo es para ti) que te esté preguntando si a las 10 de la mañana has comido ya tu plato de arroz con pescado. Y al ir a contestar te das cuenta de que él ya está, impaciente, a punto de enfilar el camino de los fogones para servirse casi sin esperar a tu respuesta.

Así funciona la cortesía camboyana. En realidad, a excepción de lo que digas sobre la comida, lo demás carece de importancia. Yo, al principio, intentaba estrujarme el cerebro para dar respuestas correctas, verdaderas y variadas hasta que caí en la cuenta de que todos los días puedes decir que vienes de correr 30 kilómetros bajo un sol asfixiante o que vas a ello y lo único que harán es sonreirte sorprendidos por tu afición a cansarte y seguirán comiendo sus mangos verdes con sal picante. Y en cuanto al ñambai lo cierto es que al final siempre acabas diciendo lo mismo: Ot clien, que viene a ser un no tengo hambre. Lo dices a pesar de que el estómago esté consntantemente rugiendo como un león y a punto de colapasarse acostumbrado como estás a que te ofrezcan las cosas más raras y (muchas veces) asquerosas que has probado nunca. Sí, lo dices a menos que veas delante tuyo que es lo que te pueden ofrecer (y digo pueden y no van ya que tal vez te ofrecen algo que sale de algún lugar escondido) Porque ¿de verdad te apetece comerte un plato de arroz con pescado fermentado rehogado en aceite de palma y ajo?.
Pero por si dices que sí: ¨¡Ñambai chingan y chum rip lía!
(O sea, ¡Qué aproveche y adiós!)



P.D.: Si algún día vas por Camboya no hagas mucho caso a mis traducciones fonéticas. Tras seis meses aquí sólo me entienden los del centro en el que vivo; como un padre entiende perfectamente a su hijo que balbucea y los demás sólo entendemos eso, balbuceos.

martes, 18 de septiembre de 2007

Minas o bombas antitú

Este año se cumplen 10 años de la firma de un tratado del que para saber algo tendrás que ir a internet y empezar a buscar, un tratado que ha cambiado la vida a millones de personas pero que ni para ti ni para mí significó nada, al menos hasta hace poco. Es el décimo aniversario del Tratado de Ottawa que prohíbe la fabricación, venta, comercio, almacenamiento y uso de las minas antipersonal.


Lo único que yo conocía de las minas antipersona (escribo antipersona y no antipersonal porque personal suena impersonal y no te viene a la cabeza que ese "personal" puedes ser tú o puedo ser yo) era lo que veía en las noticias: básicamente hace ya muchos años recuerdo a Lady Di y la Reina Noor de Jordania con los chalecos puestos visitando algunos campos y algunas vícitimas. Al apagar el televisor las minas se quedaban en el olvido.

Todo era así hasta que llegué a Camboya y vi con mis propios ojos lo que en realidad es una mina y el daño que hace. El objetivo de estas bombas del tamaño de tu mano no es matar (que también matan),no, su objetivo es mutilar, desgarrar, herir, provocar un ejército de tullidos porque eso es mucho más doloroso para la familia y un recordatorio desmoralizante y constante del poderío del enemigo. A los muertos los entierras y te acabas olvidando pero no puedes dejarlo atrás cuando has de ayudar cada día a tu hijo a abrocharse la camisa porque no tiene manos.


Tal es su macabro fin que al hablar con algún antiguo soldado te comenta las excelencias de las minas soviéticas, que amputan justo a la altura de la rodilla, frente a las camboyanas, que nunca sabes que te van a arrancar, si poco o si mucho.

¿Cómo harán las pruebas de calidad? "Mira, a esta mina le ponemos un 9 porque ha explotado justo por encima de la rodilla (es mucho peor por encima de la rodilla que por debajo ya que pierdes mucho movimiento) y a la camboyana que ha matado al probre granjero que pastaba con sus bueyes sólo le ponemos un 5 pelado (un suspenso no ya que matar tampoco es tan malo)" podría decirle un soldado a otro.

Pero bueno, si sabes que hay minas, no te metas en el campo, me dirás. Ojalá no tuvieras que meterte en el campo, te respondo yo. ¡Cómo si ellos quisieran! Ellos entran por necesidad; ¿qué harías tú si no tuvieras qué comer y tu único sustento fueran las bayas del bosque, la madera de los árboles y las plantas para comer pero sabes que puedes dar con una mina en cualquier pisada? ¿Qué haces: te mueres de hambre o te la juegas? Y mientras esperan a que llegue algún equipo a limpiar el terreno viven rodeados de minas y se dedican a espantar a los cerdos para que no pasten por rincones en los que su inversión podría saltar por los aires, literalmente, y a educar a los numerosos niños para que no correteen por ahí.


Te puedo hablar de casos que he conocido personalmente, de los 6 niños del centro en el que vivo que están mutilados: de Chaet Nieng, que perdió las 2 piernas y un brazo cortando leña en un bosque, de Srei Nieng, a la que le falta un pie, de Sokheum, quien perdió una pierna y a su tío cuando una mina explotó al paso de su tractor,... O de los nuevos casos que, como un goteo lento pero inexorable, sigue habiendo: el chaval de 15 años que el 30 de agosto (sí, hace sólo 2 semanas) le explotó una mina que le ha sumido en la oscuridad eterna al reventarle los ojos y, no contenta con su daño, la mina se le ha llevado la mano izquierda. Y más, desgraciadamente hay más pero no te lo enseñaré porque aunque siempre queremos el caso más increible (se llega a oir "bueno, a este sólo le falta una mano" como si ésta cariciese de importancia) no quiero caer en el morbo de las heridas.


Y cuando hablo de minas tengo que hablar de UXO, Un-Exploded Ordenance, una manera aséptica de hablar de bombas que no explotaron y que están ahí a la espera de que alguien las coja, como hicieron Sot, que se dejó los brazos al recoger la más cruel mariposa (ésa es la forma que tenía la bomba) que el hombre haya construido, y Rattanak, quien este pasado 18 de enero (hace tan poco que incluso puedes acordarte de donde estabas ese día) perdió un antebrazo, un ojo, casi toda la visión del otro y un par de dedos de la otra mano, suficiente como para que ya no pueda ir a la escuela ni aprender braile.


Impresionado piensas orgulloso "Mira que buenos somos que hemos firmado el tratado de Otawa prohibiendo las minas antipersona" (el tratado ha sido ratificado por 155 países, entre ellos España. ver http://www.icbl.org/). Cierto, pero ni las minas anticarro ni las bombas de racimo lo están. Éstas son bombas que se abren cuando están en el aire y esparcen bombas más pequeñas, como granos de uva descolgados de un racimo, en un radio muy amplio, sin control ninguno sobre dónde caerán y con un gran porcentaje de ellas que no llegan a explotar y quedan aletargadas en el suelo a la espera de que alguien las toque, como si fuesen minas. Aún pareceré un experto militar o un pacifista militante pero no soy más que alguien que ha visto personalmente el daño de estos ingenios mortíferos.

Para conocerlo por mi mismo la semana pasada fui a pasar una mañana con un equipo de desminado para quedarme alucinado de como se juegan la vida esos héroes de 150 dólares al mes. Y cuando hacen detonar las minas que han encontrado, estremeciéndote por la explosión a pesar de estar a 80 metros de distancia, no puedes evitar pensar en la pesadilla por la que tendrías que pasar si te tocase el castigo, cual macabra lotería, y tuvieses que arrastrarte, sangrando y en carne viva, fuera del campo. Porque a ver quien es el valiente que, sabiendo que si hay una mina puede haber más, entra a recoger a un herido poniendo sus piernas en peligro. Aquí no hay rambos ni salvadores del mundo. Es entonces, tras la detonación delante de tus propias narices y con el corazón disparado durante horas por la adrenalina, que vuelves a ver a alguien llevando una pierna postiza y piensas en si tú serías tan fuerte como ellos. Serán pobres, bajos, muchas veces cortos y poco tirados para delante pero ¡qué narices! son hérores anónimos que han aguantado que les desgarren las manos, pies, piernas y ojos y no se quejan. Y no la hacen ni tan siquiera en el hospital. Lo sabes porque lo has visto con tus propios ojos.


¡Malditos jemeres rojos! exclamas a continuación. Odiados y odiosos jemeres rojos, responsables de matanzas y atrocidades, pero que no fueron los únicos en plantar minas. Aquí puso minas todo hijo de vecino: los jemeres rojos, el ejército vietnamita, el ejército camboyano, el ejército tailandés e incluso los propios aldeanos para defender sus aldeas de la llegada de los soldados. Y no, no hay minas estadounidenses (aunque sí muchas bombas suyas quedan por ahí tras los bombardeos durante la guerra de Vietnam; en Camboya cayeron más bombas que las que soltaron bombardeos aliados durante toda la segunda guerra mundial).

¿Cuántas minas quedan? parece ser la gran pregunta. No lo sé pues hay un baile de cifras (al gobierno camboyano le interesa rebajar el número) pero todavía se habla en cientos de miles e incluso en millones. Se llega a barajar la cifra de siete millones de minas: 1 por cada 2 habitantes. ¿Te imaginas España con 22 millones de minas? Y ¿cuán difícil es pisar una mina? El ejemplo para que lo entiendas es fácil: ¿Cuántas veces has pisado una caca de perro? Casi nunca pasa, pero pasa.

Pero lo cierto es que si vives en la ciudad poco o muy poco te limita el que haya minas. Tan sólo cuando te vas a los pueblos asumes que no puedes salirte del camino. Y con salirte del camino me refiero a que si tienes que vaciar la vejiga lo haces en el propio camino, dejándote el pudor en casa, para, nunca mejor dicho, no mear fuera del tiesto.

Poco te impide, la verdad, hasta que un día, recordando tus paseos por los Pirineos, decides que quieres subir el Monte Aural, la montaña más alta de Camboya, para salir de la rutina. Y es entonces cuando alguien te pregunta "¿Quedan minas?" y al inquirir tú a los guardas del parque te dicen que has de subir con guía porque aún puedes pisar uno de esos añejos recordatorios, que no caducan a pesar del los años pasados porque los hicieron demasiado bien.

Justo ahora me acuerdo de la cara del primer camboyano que conocí al que le pregunté si se podía subir las montañas en Camboya y me contestó: "¿Para qué?¿Qué hay ahí arriba por lo que tanto valga la pena jugársela?" Yo, decididamente , me quedo abajo.

domingo, 16 de septiembre de 2007

Un tributo a mi abuela

A mi abuela

Dicen que llegado este momento ya está todo dicho, que un gesto, un roce, una mirada vale más que cualquier palabra. Pero yo digo que no, que es ahora cuando hay que decirlo todo, no dejar que ni el embudo de tu garganta, ni las memorias agolpadas en tu cabeza, ni tu corazón compungido te impidan un último acto de sinceridad y amor hacia el otro porque no hay acción más vana que hablar al viento bonitas palabras que ya no alcanzarán los oídos del ausente.
Dicen que es ley de vida y yo digo, sí, lo es, pero cumplir esta ley me hace querer romperla porque esta ley no entiende de recuerdos ni de corazones rotos, aunque esta ley es buena si alivia el dolor del que se va y sólo por eso no la discuto.
Pero, Avia, cuando partas, dejándonos atrás, no te irás, porque aunque tu cuerpo ajado, menudo y consumido por el paso de los años, las alegrías y las penas haya encontrado merecido reposo tu impronta será imborrable y tu vida, referente.
Como la flor marchita por el tiempo tu cuerpo se arrugó y tus cabellos grisearon pero jamás hubo arruga tan entrañable ni gris tan colorido. Pero al igual que el recuerdo de aquella es la fragancia, la belleza y la primavera y no su final yo te recordaré cariñosa, cercana, viva, activa, querida y matriarca pero no anciana.
Te pueden llamar Carmen, tía Carmen o L’Avia pero con nombre o sin él eres mi abuela y a las abuelas no se les dice adiós, se les dice hasta la próxima pues convencido estoy de que contigo como guía nos reencontraremos; sencillamente me niego a creer que alguien como tú desaparecerá sin más porque dicen que lo bueno es eterno y tú eres buena.
Y al llegar a anciano con un cuerpo que ya no pueda correr, ni unos ojos que leer y pase frío y tormento pero esté rodeado de hijos, nietos y biznietos me acordaré de ti y pensaré que ha valido la pena seguir tu ejemplo. ¡Qué orgullo que me digan “Has hecho como L’Avia”!
“¿Qué recuerdas de tu abuela?”, me preguntarán cuando ya no estés y la memoria te evocará en mil palabras (parchís, frontón, bocadillos calientes, piscina, ping pong, meriendas, cuarto de las tinieblas, coca de recapta, tenis, salita, aguinaldos, primos, infancia...) para sólo responder “Amor, cariño y felicidad”.

Si me preguntas que echo a faltar en Camboya ya tienes parte de la respuesta.

sábado, 15 de septiembre de 2007

¿Qué puede llevarse en una moto?

- Yo he visto cuatro, pero cuatro camboyanos grandes, dice uno.
- Pues yo he visto 4 de tamaño normal más un cerdo, replica el otro dudando si no existe una contradicción entre camboyano y grande.



Esto forma parte de una conversación normal en Camboya pues existe de modo oficioso una especie de competición entre los extanjeros, ya sean visitantes o residentes, para saber quien ha visto la moto más cargada de todas.

"Y tú ¿qué has visto?" es la pregunta clave para saber si mereces la consideración del otro.

Todo el mundo tiene derecho a participar pero si quieres tomar parte y no ser el último en la lista deja de lado tus ideas occidentales de que en una moto sólo caben dos personas con casco y, tal vez, un baúl para llevarlos.
Aunque tampoco tendrás que hacer mucho esfuerzo porque es inevitable empezar a señalar con el dedo y que te acabe cogiendo tortícolis de tanto girar la cabeza mirando a diestra y siniestra intentando adivinar como es posible que en dos ruedas y pocos más quepan tantas cosas.
No es necesario un juez, ni que presentes una foto, ni tener que inscribirlo en un registro oficial; con tu palabra basta.
Tampoco hay reglas que determinen qué tiene más valor y esas tendrían que instaurarse porque ¿qué vale más: cuatro personas adultas y dos bebés colgando de los brazos de la madre o cincoo camboyanos jóvenes?
En ese punto se desencadena la discusión y has de defender tu caso frente a los demás si quieres que te otorguen medalla, es decir, que incluyan tu visión en la frase "Yo una vez conocí a una persona que vió". No hay medalla de oro, lo siento, no hay premio absoluto porque no hay arugmentación irrefutable ya que tras seis meses aquí no ha conocido moto que no pueda cargarse más.
Ya sé que no existen reglas de puntuación pero sí que hay una serie de mínimos para poder competir. A saber: ni tu trayecto desde el aeropuerto hasta el hotel con dos maletas grandes y una mochila ni ver a tres personas subidas en una moto son dignos de mención. Bueno, esto último tal vez sí lo sería si las tres personas llevasen casco.

Aquí te paso una serie de ejemplos comunes que no constituyen derecho de medalla para que sepas en que términos se mueve el asunto y no empieces una discusión que seguramente tienes perdida de antemano. En una moto se puede llevar:

- Cinco personas normales (yo he ido un par de veces cuatro en una moto y una de ellas uno de nosotros era grande pero como para ellos enorme que le querían cobrar como dos)
- Cuatro personas normales más un par de niños pequeños estrujados de tal manera entre los cuerpos de los adultos que no sabes como no se asfixian
- Un par de cerdos de los grandes, de esos de ciento y pico kilos cada uno
- Unos veinte lechones

- Una ternera
- Cuatro monjes (ya sé que son sólo cuatro personas pero siendo monjes de túnicas anaranjadas llama más la atención)
- Dos personas, pero la segunda subida encima de un par de fardos y con otro más entre las piernas del conductor

- Un cristal de dos metros de alto por uno y medio de ancho que , a modo de vela, impide el avance de la moto y fuerza al que va detrás sujetándolo a doblarse hacia atrás cual contorsionista chino poniendo a prueba sus abdominales.
- Incontables docenas de huevos. Y con incontables me refiero a que por lo menos debe de haber como mínimo una centena (de docenas). Nota: Si consigues la foto de una moto cargada de huevos estrellándose y con los huevos rotos tienes premio asegurado.
- La puerta de un coche (o dos) siempre que haya tres personas en la moto.
- Una moto. Sí, sí, en una moto se puede llevar otra moto.
- Un volumen de cestas de mimbre que triplica a la moto o en altura o en anchura.


Todas las situaciones mencionadas tienen en común que infringen todas las leyes de tráfico de un país desarrollado, que suponen dificultad al conducir y que no sabes como el conductor consigue encotrar espacio para sentarse, ya sea en el sillín o fuera de él.

Además la manera de conducir las motos desafía las más elementales normas de seguridad lo que le confiere aún más interés a la competición (por favor, no trates de hacerlo en casa, sólo camboyanos experimentados están autorizados a ello y por experimentado me refiero a aquella perona que lleva ya muchas horas de conducción en estas sitauciones bien sea con 6 años o con 70 pues no hay límite de edad ninguno) ya que también computa la moto cargada caída (no, no soy ningún morboso con necesidad de sangre pues como van muy despacio no se suelen hacerse daño en caso de caerse). Usos y costumbres de la conducción:

- Los espejos retrovisores han de quitarse inmediatamente de la moto una vez adquirida.

- En caso de dejarlos puestos estos apuntarán al cielo, al suelo o a cualquier otro lado menos a la carretera

- Servirán como espejo para afeitarse los 4 pelos de la barba que les salen o para maquillarse. Todo mientras se conduce

- El que va detrás ha de adivinar lo que hará el de delante. En caso de adelantar, o porque te viene en gana, hay que pitar la bocina hasta la saciedad

- Las motos se incorporan a la carretera sin mirar y llegando casi hasta la mitad de la calzada

- Las mujeres se sientan de través, como tiempo ha hacían las doncellas en la grupa de los caballos. En caso de llevar a dos mujeres cada una se sentará mirando hacia lados opuesto (será para compensar, digo yo).

- ¿Qué es eso del intermitente? Seguro, seguro que no venía en el manual de instrucciones.

- También, y debido a la carga, se sientan mirando para atrás. Supongo que servirá para avisar que viene alguien muy deprisa ya que el conductor no usa retrovisores.

- En caso de ir muy cargada una moto tiene derecho a saltarse cualquier señal so pena de perder el equilibrio si se para.

Y al volver a España, después de haber pasado unos días en Camboya, sin haber conseguido tu medalla y dudandoo seriamente entre comprarte un coche familiar o cargar todo en la moto cual caracol, coges tu moto (en la que ni te acuerdas que un día llevaste una maleta de 25 kg. entre las piernas y por lo que creías que tenías derecho a entrar en el libro Guiness) para irte a hacer un recado y al intentar cargar el bulto en el portapaquetes lees una advertencia del fabricante que dice "Carga máxima: 5 kg". ¡Venga va, no me tomes el pelo! exclamas pensando en que las pruebas de calidad las tendrían que pasar en Camboya.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Y se hizo el silencio

Se fueron los niños, se fue la alegría de esta casa dejando tras de si tedio y silencio. Ya no hay despertares ruidosos y alegres, ni cuarenta sonrisas saludándote varias veces al día. Ya no hay un "¿moc pi ná?¿tao ná?¿ñambai jaui? (*1) repetido cuatro decenas de veces como si en vez de tres preguntas fuesen una. Ya no se escucha el golpeteo rítmico e incesante de Miu sobre cualquier cosa que resuene, ya no hay partido de fútbol con reglas inventadas, ni el ruido metálico de las muletas que anuncia su llegada. Ya no hay carreras de sillas de ruedas, ni está Visna empujando el carro tan deprisa como monta en bici haciéndote creer que no es ciego. Ya nadie te dice "Saat" (*2) con la misma ingenuidad e inocencia, ni un "hola-que-tal-estás-yo-muy-bien-también" de corrillo. Ya no hay a quien decirle que vuelva a clase porque ya no hay quien se escabulla, ni quien te interrogue sobre la nueva visitante blanca y rubia que acaba de llegar para saber si te gusta. Ya no se oye la música de Tacatá, el pinchadiscos, ni relucen sus llamativas camisas floreadas. Ya no hay un coro de voces cantando "Som o preah cun" (*3) al bendecir la mesa a horas a las que tú jamás has comido, ni tampoco quien te dé tan efusivavemente las gracias por hacer algo con él que te ha llenado más a ti que a él. Ya no hay quien de camino a la escuela se pare cada mañana delante de la ventana de Kike y le amanezca con cariñosos gritos de "Chom rip súa, locopoc" (*4) que no paran hasta que éste asoma la cabeza. Ya no te puedes sorprender al ver a Pirulo, cual voluntarioso muñeco de trapo, empujando su silla de ruedas, ni reirte con el fino humor de Chaet Nieng, ni.... Ya no hay, ya no.

¿Cuánto queda para que el jolgorio rompa el silencio y este cuerpo recupere su alma?¿Cuánto para que vuelvan los niños?

Un día menos que ayer, te respondes, mirando el calendario como haces cada día desde que se fueron, un día menos.



Notas aclaratorias:
*1 = ¿De dónde vienes?¿A dónde vas?¿Has comido ya?
*2 = Guapo
*3 = Bendición camboyana
*4 = Buenos días, padre

jueves, 13 de septiembre de 2007

En la peluquería

Anteayer me decidí. A pesar de estar a 10 metros de la puerta de casa me ha llevado un par de semanas decidirme pero tras mirarme mucho al espejo, agarrar las tijeras y estar a punto de cortarme esas coletillas que asomaban por la nuca di el paso: fui al peluquero.
Había que sopesar ventajas e inconvenientes para tomar tan difícil decisión. ¿Desventajas? Básicamente que te corten el pelo como una seta o como un cuadrado (que se ve por aquí algunas veces). Porque aunque te creas que hablo jemer, más bien lo chapurreo, ¿cómo le dices al peluquero que quieres el corte de tal o cual manera?.
En el otro lado de la balanza pones todo tipos de argumentos y razonamientos para envalentonarte. Las principales son que tienes que probarlo todo, has de integrarte (bien Kike lleva 20 año cortándolse el pelo aquí y sigue vivo), que no vas a estar esperando a ir a España o Bangkok para cortarte el pelo, que tampoco, muy a tu pesar, te van a dejar mucho más feo de lo que ya eres y que, como última opción, siempre puedes raparte al 1, cosa que alguna vez has hecho. Todo eso y que cuesta 2.000 rieles, es decir, 40 céntimos de euro, argumento que decanta finalmente tu decisión.
Y ¿dónde está la peluquería? En cualquier sitio pues es una caseta de madera abierta por los laterales instalada donde más convenga al "estilista". Eso puede ser al lado del mercado, en medio de la calle o de la carretera (¿Quién querrá cortarse el pelo en medio de la carretera? pregunto yo).
Una caseta de madera sin revistas de moda ni de cotilleos, sin champús ni cremas pero en la que no puede faltar el hilo musical, ya sea suyo o del vecino. La música que no falte. Es lo más parecido a una barbería cutre.
Lo bueno es que no hay que pedir hora ya que eres el único cliente, principalmente porque sólo hay una silla. Te sientas en ella y te remueves porque está inclinada hacia abajo y porque estás expectante ante lo que va a pasar. El peluquero se acerca y ¡se pone mascarilla! ¡¿Para qué narices te pones mascarilla?! Tal vez tus pelos sean más dañinos de lo que te crees pero cuando te habla y le ves la boca agradeces que se ponga la mascarilla y no te eche el aliento en la nuca. Sólo le pides que para afeitarte el cogote no utilice esa navaja que parece un regalo de familia que ha ido pasando de generación en generación. Soprendido te das cuenta que que además de las tijeras normales tiene 2 tipos de tijeras más para vaciar sin cortar mucho. Esto no está tan mal, piensas. Alrededor del cuello te pone una toalla que pretende ser blanca y estar impoluta (suerte que el espejo está sucio y descascarillado y no sabes si la suciedad que ves es de la tela o del cristal) y un gran babero para recoger el cabello.
Y tras empolvarte las patillas y el cuello con polvos de talco se pone a cortar. Primero te repeina como hacía años que no te peinabas tú, exactamente desde el día que hiciste la primera comunión: con la ralla hacia un lado. Luego le dices "tic tic" (poquito) y más tarde otro "tic tic" y otro más (el tío debe de estar ya hasta las narices) hasta que, ni tan siquiera 10 minutos más tarde, ya ha acabado. Te mirás al espejo y decides que no es necesario usar la maquinilla. Por 40 céntimos de euro ¿qué más puedes pedir? Ya serán ellas, las mujeres, quienes juzgarán lo bien o lo mal que te queda.
Estás ya sacando esa gran fortuna del bolsillo cuando te ofrece limpiarte las orejas. ¡Eso es nuevo! Ves unos palillos larguísimos con un trocillo de algodón en la punta y tras imaginarte como debe de ser una lobotomía declinas la oferta. Además, piensas, ¿para qué necesitan esos palillos si con sus uñas tienen suficiente?
Las uñas, esas partes duras de los dedos que regularmente cortas para "no parecer una niña", como decían en la escuela. Se ve que en Camboya no tienen reparos a que los comparen con las niñas porque es característico de los camboyanos dejarse crecer la uña de al menos un dedo de cada mano siendo especialmente apreciados los dedos pulgar y meñique. Esto sucede hasta con los bebés porque supongo que los padres no quieren traumatizar al niño para que con 5 años, y tras volver de la escuela, no les interroge desesperado "¿Se puede saber porque los otros niños tienen uñas de 2 centímetros y yo sólo de 1?". "¡Qué mono el bebe! pero ¿podrían cortarle las uñas?" piensas cuando lo coges en brazos.
La única ventaja de tener unas uñas tan largas es que la mugre acumulada durante años y años de no utilizar ni cepillo ni cortauñas sirve de registro, al igual que en los árboles se sabe la edad por los anillos en su tronco. "Mira, este trozo de aquí (de mierda, y perdón por la expresión, añado yo) es de cuando lleve a pastar a mi primer búfalo" podría decirte uno de ellos señalándote sus uñas.
Y como las del peluquero no difieren de las demás que has visto y como tampoco te apetece que te hurgue en las orejas ni con ellas ni con los palillos lobotómicos pagas y te vas.
"Total ¿no me ha dicho el otorrino unas cuántas veces que no utilice los palillos de las orejas para limpiármelas?" te justificas a ti mismo mientas no paras de atusarte, incrédulo, el cabello.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Se come todo lo que sale a la mesa ¿Estás seguro?


Estaba hoy visitando a una familia cuando veo que nos ofrecen naranjas. Se me han iluminado los ojos porque tenía sed y me apetecía algo así. Unas grandes naranjas verdes ¡¿Verdes?! Sí, sí, verdes. Aquí no hoy cosa más verdes que una naranja; verde botella.

Bueno a lo que iba. Después de haber relamido todos los dedos y la cara al haber comido mi primera naranja a la camboyana, es decir, a base de exprimirla, estrujarla y hacer un agujero para que salga el jugo y te pringues todo, he decidido hacerlo como me enseñaron: cojo un cuchillo y la parto en 4. Para ello apoyo la naranja sobre un plato en el que había unos restos verdes que parecían trozos de piel y....¡Craso error!

Al empezar a chupar la naranja también me he zampado algo de esos restos, que han resultado ser condimentos picantes. Y en ese momento he maldecido: ¡Ya estamos otra vez con la comida camboyana!


Mis padres me enseñaron que hay que comer de todo y no hay que decir no pero "mamá y papá, todo tiene un límite"

Porque has de saber que la comida camboyana no es buena. Y no, no me digas que te gusta la comida tailandesa. ¿Acaso la comida española y la francesa son iguales? Tendrán ingredientes en común pero no, no son iguales.


Hay 3 tipos de comida camboyana: la comida para extranjeros, la comida camboyana al estilo occidental y la comida camboyana.


La comida camboya es....arroz. Sí, arroz y algo más. Lo que sea pero con mucho arroz de por medio. Un camboyano medio se come unos 500 gramos de arroz al día, o sea unos 15 kg al mes. Y que no me digan que es como el pan porque si yo me como 500 gramos de pan al día el panadero me hará la ola al verme entrar por la puerta.

Además del arroz se le echa lo que sea. Vas al campo y ves como van cogiendo todo tipo de plantas para echarlas a la cazuela. Y mucho ajo (no te precoupes si tienes una cita porque él o ella seguro que también come ajo). Muy sano todo: arroz y verde. De hecho a veces te encuentras algún retazo de amarillo, azul o rojo. No te preocupes, es sencillamente alguna flor.

Ahora ya tenemos la fibra y los hidratos, ¿qué falta? Las proteínas. Ays, será que eso es más difícil.

Cuando en un restaurante te piden que elijas entre pollo, ternera y cerdo para acompañar tu plato de arroz, viene a dar más o menos lo mismo. En cualquier caso tendrás que sacar la lupa y podrás contar con los dedos de una mano los trozos de carne que hay.

La otra opción es el pescado y ahí has dado en el clavo. Les encanta el asqueroso y apestoso pescado fermentado llamado prahoc. Es uno de esos sabores que o has crecido con él o jamás te gustará. Y te ofrecen y ofrecen y ofrecen otra vez porque no entienden que no te guste algo tan suculento para ellos.

Todo aderezado con 3 tipos de salsa: el curry verde, el curry marrón y el picante. Y digo picante en general porque todo pica tanto que me da igual si es pimienta o lo que sea. Todo es muy "jal" (picante) que suena "cool" pero no lo es. Tal vez tenga un función higiénica bucal sustitutiva del cepillo, que pocos usan.

Aunque tal vez hayas tenido la suerte de que hoy no está muy jal y pensarás que podrás saborear el resto de los alimentos. ¡Pues te equivocas! Todo esta bañado en salsa. A mí muchas veces me da igual si me ponen pollo, ternera, cerdo, rana o ave de campo porque hay una salsa rojiza de chili que mata tapa todo posible sabor.

Y todo está frito. ¿Qué es eso de que la dieta asiática es más sana? Aquí todo está frito: poco frito, frito o muy frito, a gusto del consumidor. Y frito en aceite de palma. Repito ¿qué es eso de que la dieta asiática es más sana? En España cuando algo está frito con aceite de palma o de cacahuete puedes leer en la etiqueta el eufemismo de "aceite vegetal" para que te venga a la cabeza un mar de olivos de Jaén. Aquí, en cambio, sólo les falta resaltarlo con letras luminosas en la carta.

Y a la hora de lanzarte al plato te darás cuenta de que no hay cuchillo. ¿Para qué se necesita cuchillo cuando toda la comida te viene ya machada y troceada de la cocina? Y tampoco uses los palillos, como si supieras de que va el tema. Y por supuesto nada de cubiertos. Aquí la manera tradicional es con las manos ya que para algo el arroz está tan pasado y apelmazado. Sí, sí, tantas broncas que te echaron de pequeño por comerte la pata de pollo a lo troglodita o el melón cual mono pero aquí harías lo correcto.

Pero si no quieres comer con las manos puedes comer una de sus sopas. ¿Qué llevan las sopas? Misterios de la vida. No me preguntes.

O puedes comer pasta. "¿Pasta?" Casi se me olvidaba decirte que es pasta de arroz.

¿Y de postre? Pues si te apetece algo de fruta siempre puedes tomarte fruta verde (les encanta que no esté madura) con un aderezo picante de sal y chili y que yo ellos toman a cualquier hora del día. Está tan picante y la fruta es tan ácida que mientras comen oyes como sorben entre dientes para intentar que la lengua recupere los sentidos (luego se quejan de acidez de estómago y los miras como si no supieran sumar 1+1=2). Después de eso podrías ir al dentista a que te hiciera cualquier cosa de lo insensible que se te queda toda la boca. O tal vez decidas probar el plátano hervido el leche de coco, con arroz y cerdo dulce todo envuelto en hoja de plátano. Una advertencia: no sabe tan bueno como suena.

Mi primera semana en camboya fue así. El primer día incluso tripití de arroz del hambre que tenía, antes las miradas estupefactas de mis veteranos compañeros de mesa. mientras que al quinto día te preguntan si estás enfermo ya que no pruebas bocado. Y si no preguntale a Rafa como acabamos rogando por un poco de ketchup para ponerlo sobre el arroz blanco, sin nada más.


Así que cansado de probar la comida camboyana das un paso y pruebas la comida camboyana al estilo occidental porque todavía no quieres aceptar que eres un inadaptado barrán. Esa es la comida que suelo comer yo. Desde rollitos de primavera, hasta espaguetis con salsa de tomate y piña pasando por carne troceada hecha de maneras diferentes, pero que siguen haciendo que la carne tenga el mismo sabor sea del animal que sea. Rara, rarísima es la vez, que sale algo a la mesa hecho con pescado prahoc. Y muchísimos huevos. Yo en mi vida he tomado tanto huevo frito, tortilla o huevo revuelto. Parece que ahí han encontrado el comodín para agradarte. Hoy, tras 4 días seguidos comiendo huevo, le he pedido a la del restaurante que no me lo pusiera, que ya tengo el colesterol subido lo necesario. Y muchísimos batidos de fruta, única cosa realmente deliciosa de este país.

Pero de vez en cuando decides que necesitas una comida occidental porque el cuerpo te lo pide, porque los dientes se te afilan los dientes pensando en un buen chuletón (dejémoslo en filete).

Con una sonrisa entre los dientes llegas al restaurante y pides uno. Al cabo de un rato, cansado de esperar e impaciente por la comida, te levantas de la silla y te dirijes a la cocina para ver como te preparan tu filete mientras miras a los demás comensales haciéndoles señas de lo grande que va a ser "sí, sí, me voy a comer la vaca entera" (que ha de ser de importación porque las vacas de aquí dan pena de lo flacas que estánJustificar a ambos lados). Y al llegar a la cocina ves horrorizado como una menuda mujer está machacando tu trozo de carne con un martillo de carnicero para dejarlo liso como el papel ayudada con todas sus fuerzas, que son inversamente proporcional a su menudez. Tan estupefacto estás que no alcanzas a decir palabra mientras lo cuece tanto que queda como una suela de zapato.


Ya sólo te queda decirle: "mujer, cortémelo ya y así me ahorro el cuchillo".

Pero tranquilo, siempre puedes recurrir a comprarte una bolsa de cucarachas fritas para saciar tu sed de proteínas.

martes, 11 de septiembre de 2007

Javi, ¿Qué haces en Camboya?

"Vamos a ver, Javi, todo eso que cuentas de Camboya está muy bien pero tú ¿qué narices haces exactamente?"

Básicamente, y digo básicamente porque el trabajo es muy cambiante, trabajo con un equipo, llamado entre nosotros "Outreach", yendo de pueblo en pueblo intentando ayudar a gente discapacitada, ya sean mutilados por mina o discapacitados por polio, que aquí sigue habiendo bastantes. En el equipo somos el padre Gabby, jesuita filipino, 3 camboyanos (Som, Sor y Chantú, ésta última es un chica) de los que 2, Som y Sor, son víctimas de mina y les faltan, al menos, una pierna a cada uno, y yo.

Además estoy trabajando en un proyecto en un pueblo llamado Prey Thom, de dónde vienen 3 niños víctimas de mina que viven en el mismo centro que yo, para repartir tierra entre familias pobres ( y digo pobres, pobres) y conseguir su desarrollo económico y social. Todas, además de ser pobres, tienen la particularidad de que algún miembro de su famlia o tiene polio o es víctima de mina.


"Vale, ahora te entiendo. Pero ¿con quién trabajas?"

Pues mi jefe, porque así se entiende mejor, es Kike.


"Y Kike es....."

Kike es el diminutivo de Enrique Figaredo Alvargónzalez, un jesuita gijonés de 47 años que lleva trabajando con los camboyanos desde que en 1.985 llegase a los campos de refugiados de Tailandia y que en cuanto se reabrió la frontera para los extranjeros se instaló en el país. En 2.001 llegó a Battambang (donde estoy yo), al noroeste de Camboya, al ser designado Prefecto Apostólico (obispo).

Pero, una vez resumida a grandes trazos su biografía, hay que decir quien es de verdad Kike. Kike es una de esas personas que te marca en la vida, alguien de quien aprender cada día, que ha decidido sacrificar su vida por los más pobres y los discapacitados. Y ahora pensarás en el cura serio del pueblo de donde vienen tus padres o abuelos. ¡No puedes andar más equivocado! Tiene un buen sentido del humor, ha visto mucho mundo y te puedes sentar a comer tranquilamente con él y hablar de todo.

Ahora me dirás "¡Tío, métete a cura si tanto le alabas!" Pues no, no tiene nada que ver. Por supuesto que tiene defectos, como cualquier persona, pero si me quieres entender vente a Camboya y compruébalo por ti mismo. Teclea su nombre en Google y ya verás lo que te sale.


"Oye, pues trabajar con discapacitados tiene que ser duro ¿verdad?" ¡En absoluto!

Es lo más gratificante del mundo. Yo, antes de llegar aquí, jamás había trabajado con discapacitados y mucho menos con mutilados por mina.

Vivo en un centro con unos 40 niños y chavales de entre 10 y 21 años. Hay 5 víctimas de mina, 4 ciegos y el resto enfermos de polio (esa enfermedad que existía antiguamente pero de la que te vacunan, es una gota, cuando eres pequeño).

En julio tuve la oportunidad de compartir unos días en la playa gracias al trabajo de un genial (cojonudo, para no utilizar eufemismos) grupo de voluntarios españoles y fue la experiencia de un vida (que requier un artículo por si misma). ¡Tendrías que haber visto sus caras de agradecimiento! Y no hubo una sola queja durante el trayecto de 7 horas en un autobús apretados como sardinas en la lata. No te puedes imaginar lo fácil que es arrancarles una sonrisa.


Tú vienes a ayudar pero yo no sé quién ayuda más a quién. Ellos a ti o tú a ellos. Es todo muy aleccionador.

Jugar con ellos un partido de fútbol es muy peculiar: los hay que juegan con muletas (las muletas no pueden tocar el balón y tú no puedes pegarles en ellas, en ambos casos es falta), otros que se mueven como monos, o arañas, con sus brazos de hierro y sus piernas de trapo, el ciego que hace de portero y se mueve según los gritos de los demás, y tú entero de pies a cabeza que no puedes regatearles. "oye, si le pegas un pelotazo a uno de ellos (porque no olvides que su cara te llega por las rodillas) ¿¿qué pasa?? ¡Pues que los demás se parten de risa!






Si tiene algo malo vivir con estos niños es que a las 5:30h ya están en pie para asearse, desayunar, limpiar e irse a la escuela. Eso y que les encanta el pescado prahoc, pescado fermentado, que apesta. Y teniéndolos justo debajo es imposible no despertarse.

Yo me paso muchas jornadas subido en una moto yendo de aldea en aldea para visitar a tal o cual discapacitado. Pero siempre, y digo siempre, vuelvo a casa encantado por haberme cruzado con esta gente. Cansado, tal vez pensativo porque hay que hacer una cosa u otra, pero encantado.


"¿Es eso todo lo que haces?" Pues no. Aquí hay mucha gente de visita y si no hay una cosa hay otra. No sé dondé o con quién pasaré mi jornada cuando me despierto pero sí sé que será interesante.


Y ya sabes, si quieres verlo, no tienes más que venir y comprobarlo por ti mismo. No es tan complicado. Súbete a un avión en Madrid (o en otro sitio) bájate en Bangkok y haz un trasbordo que te lleve a Phnom Penh. Al salir del aeropuerto no te preocupes que un taxi te estará esperando. 3 horas y media más tarde estarás aquí. Vale la pena, te lo aseguro.



Y si no puedes venir ponte en contacto con Sauce http://www.sauceong.com/. Sauce es la ONG, dirigida por la cuñada de Kike, para financiar proyectos aquí desde España. La web de la prefectura (obispado) es http://www.battambang.net/ (en breve habrá un buen cambio. Gracias Will, gracias Grdar.)


Y, por si quieres ver más, en noviembre estaremos en España en unas conferencias de La Caixa sobre las bombas de racimo: el 28 de noviembre en Barcelona y el 29 en Lérida.

Estaremos Kike, Chaet Nieng, Rattanak, Srei Nieng, Mao y yo. Los 4 nombres camboyanos son de chicos/as mutilados por mina.


Aquí te presento a Chaet Nieng (19 años. Hace 2 años le explotó una mina buscando madera en el bosque y le amputaron las 2 piernas y un brazo), con quien te partes de risa, y a Rattanak (10 años al que el 18 de enero de este año 2.007 jugando con unos amigos le explotó una bomba, de resultas de lo cual le falta el antebrazo derecho, 2 dedos de la mano izquierda, el ojo derecho y perdió bastante visión en el izquierdo), el cariñoso benjamín del grupo.




Pero, por favor, ¡No te quedas sólo con el párrafo anterior! Quédate con la sonrisa de sus caras.


Y cuando el próximo día salgas a correr y te duela un poco la rodilla piensa en que, tú al menos, puedes seguir corriendo.

Los 4 puntos más populares

En las próximas 4 narraciones intentaré explicar los 4 temas más populares o que más llaman la atención y que la gente quiere saber de aquí:

1) Pero, Javi, ¿Qué narices haces en Camboya exactamente?
2) Los niños
3) Las minas
4) La sonrisa eterna

lunes, 10 de septiembre de 2007

Por favor, sé egoísta


Al final tendré que aprender a decirlo. Aún no lo sé. Y tras 6 meses aquí ya no aguanto más. Al principio parecía exótico pero ahora casi me saca de quicio. Y lo peor es que pasa varias veces al día. He de aprender a decir: ¡Apaga la música!

¿Qué tendrá la música que gusta tanto a los camboyanos?¿Qué tendrá su cultura que les anima a compartirla con todo el vecindario a cualquier hora del día?
Está visto que importar auriculures no es un negocio rentable pues la música tiene que estar al máximo volumen ya sea durante el canto de los monjes a las 5 de la mañana, o en una boda que dura 2 ó 3 días, en un funeral que puede durar otros tantos, o con el tipo que barre el suelo con una radio tan pequeña que no entiendes que de ahí salgan casi 100 dB, o el vídeo musical del autobús, o la mujer con su radio portátil a tope por si falla el vídeo músical, o el teléfono polifónico que puede sonar durante 15 segundos en la mano de su dueño que está recreándose en su música antes de responder o el jefe de la aldea soltando su discurso durante horas para que lo oiga todo el pueblo .

Y cuando vas a una de esas aldeas a visitar a una famila pobre, de esas que no ganan entre los dos más de 50 dólares al mes (con suerte), que vive en una cabaña de 20 metros cuadrados (tal vez la ex-ministra de vivienda se dió una vuelta por aquí antes de lanzar su famosa propuesta de los minipisos) y en la que un lavabo brilla por su ausencia ¿qué sobresale? Por encima de todo hay un par de altavoces de casi un metro de alto y de unos 4.000 w. Lo divertido del caso es que luego tampoco los pueden utilizar mucho porque no tienen el dinero para pagar la batería de coche a la que conectarlos. Pero, bueno, siempre está bien tenerlos por si acaso....hay que martirizar al "barran" (extranjero).

Y las bodas, ese acontecimiento social que tantas horas de conversación nos ha brindado a Luke (mi compañero australiano de aventuras y de piso) y a mí. El tema principial de la conversación es "Cómo romper, desactivar, destrozar esos altavoces". Te imaginas (me he imaginado) con un bate descargando tu rabia, cortando la luz, cortando un cable para que no funcione, sobornando a la policía (cosa fácil, muy fácil) para que les obliguen a apagar.

Porque hay que saber que a mayor riqueza de los novios, mayor tamaño y potencia de los altavoces. Y eso en la temporada de bodas (que es después de la cosecha y entre febrero y abril tiene su punto álgido) son muchas horas con los cantos de las bendiciones de los monjes y la trdicional música camboyana. Y la música está tan alta que no puedes hablar con el que tienes sentado al lado (no me extraña que se vayan inmediatamente después de haber comido).

Y temo el próximo mes de octubre. La que me espera. Es la semana de los muertos, el "Chum pum", o como se escriba. El nombre parece muy adecuado porque los monjes se pasan todo el día (repito lo de todo el día para que quede claro que hablo de 24 horas) rezando y dándole a los tambores "Pum, chum-pum, pum, pum" para que no te olvides de tus antepasados. Estoy seguro de que me acordaré de quienes me antecedieron pero seguro que tendré aún más presentes sus túnicas anaranjadas. ¡Tan majos que parecen! Pequeñito pero matón que diríamos en mi pueblo (en aras del bilingüísmo, la corrección política y de que mi pueblo de veraneo es Viladrau, y no Barcelona, que de pueblo tiene poco, he de traducir: Petit però pinxo).

El padre Totet, un filipino que lleva aquí muchos años, que está muy integrado en la cultura camboyana y es gran amante del Karoke, me dijo una vez que como la gente no podía pemirtirse el comprar una radio era egoísta no compartir la música con los demás y que por eso ponen el volumen al máximo.

Pues la próxima vez que alguien me despierte a las 5 de la mañana con su música gritaré: ¡Sé egoísta: ponte auriculares!

domingo, 9 de septiembre de 2007

Camboya: 2 caras

"¿Cómo es Camboya?". Depende.
Todo aquel que venga a Camboya tiene la oportunidad de conocer sus dos caras, la rural y la urbana, o quedarse sólo con la segunda, que es lo que se ofrece a la mayoría de turistas. Pero en un país donde el 80% de la población aún vive en el campo vale la pena poner un pie en los fangosos y polvorientos caminos de sus aldeas.
Este viaje de una Camboya a otra no necesita más que las 5 (ó 6, ó 7 u 8) horas de autobús del trayecto de Battambang a Phnom Penh.
La primera es la segunda, o tercera tal vez, ciudad del país, dónde la mayor parte de la gente trabaja en sus extensos campos de arroz.
La segunda es la bulliciosa capital en la que los arrozales están siendo sustituidos por fábricas textiles que dan trabajo a miles y miles de mujeres y a algunos hombres.
Te despiertas en Battambang. Empiezas el día a las 5:30 con el canto de los monjes resonando en los ruidosos altavoces de los numerosos templos desperdigados por la ciudad. Te das cuenta que intentar conciliar otra vez el sueño es inútil por lo que decides pegarte tu ducha fría matinal (pocos lugares hay que tengan agua caliente) mientras te das cuenta de que la para ti heroicidad de levantarte a esas horas de la madrugada no supone ningún hecho extraordinario al ver como se despereza el tráfico en la calle, las tiendas ya están montadas, la gente barriendo y tú aún por ducharte.
Una vez fresco y liberado del sudor de la noche vas al mercado, que ya se encuentra en plena ebullición. Son poco más de las 6 y con el sol desperezándose entre la bruma del horizonte ya es hora punta: lentamente grupos de bicis te adelantan, los niños con los vacas se dirigen a los arrozales, los bueyes ya están arando la tierra, los escuálidos perros ya están husmedando en busca de comida y los camboyanos enfundados en sus cromás (pañuelo típico camboyano) para protegerse del sol o como falda están listos para empezar otra jornada. ¿De trabajo?¿de calma? Aquellos que no tengan un puesto en el mercado o una tienda o un campo que trabajar estarán a la espera, otro día más, de que alguien les ofrezca trabajo. Esa es una de las grandes diferencias con la ciudad: el trabajo.
Por un día te olvidas de la comida de tu nevera y decides comprarte el desayuno allí. Hay uno a tan sólo un par de kilómetros de casa y en el que te miran como un bicho raro pues ahí no hay extranjeros. Vas a sustituir el café y las tostas por...¿por qué? Tal vez por cualquiera de las sopas picantes, por su pescado seco y fermentado, por sus boles de arroz con verduras o, tal vez, por unos ¡Gaufres! Bendita herencia francesa respiras aliviado. También podrías comerte unos churros. Sí, sí, churros. Las masas de harina y huevo fritas y endulzadas son muy típicas de aquí. Un gofre por 200 rieles, es decir 4 céntimos de euro. Bueno, en ese caso me llevo 5 por 20 céntimos, que tengo hambre y el trayecto en autobús será largo. Yo, como buen catalán, me he comprado unos pocos tomates para hacerme un buen pan con tomate (el aceite de oliva y el jamón ibérico son de importación y sí, están en mi nevera, de la que he vuelto acordarme o, mejor dicho, de la que nunca me olvidé). Por cierto, hay dos tipos de pan: el pan-pan, que es el de verdad y que tiene miga, y el pan de aire, el más común, hinchado con muchísima levadura pero vacío por dentro que lo único que hace es ponerte los dientes largos y decepcionarte cuando lo tienes en tu mano.
De vuelta a casa te cruzas con un carrito de comida que transporta bottellas: algunas de color marrón oscuro y otras de un blaco marfil. Acabas de cruzarte con la máquina del café y la leche de soja. Puedes probarlo si quieres pero sólo te hago una pregunta: ¿Sabes de dónde ha salido el agua?.
Llegando ya a casa caes en la cuenta de que ya no se oyen los rezos de los monjes. No son ni las 7 y ya han parado. ¡¿Qué pasa?!¿Sólo lo hacen para tocarme las narices y despertarme?! Tal vez, tal vez. Además, te diré que muchas veces es una casete. "Menudos vagos", piensas, "Si me despiertan, al menos que sea con un canto auténtico".
Tras el desayuno, a la estación. Bueno, habría que decir a la parada, para que nos entendamos, pues no existe el concepto de estación al uso en España, en la que se encuentran todas las compañías y salen todos los autobuses haciendo las diferentes ciudades. Allí donde tenga su tienda la compañía de autobús, allí está la estación. Y digo estación, y no parada (contradiciédome la frase anterior) porque puede ser que no haya uno sólo bus si no unos cuantos, pero todos de la misma compañía.
Una de las cosas que me sigue llamando la atención de este país es la definición de aparcamiento. Podríamos definirlo como cualquier lugar en el que cabe una moto. ¿Hay espacio dentro de la tienda de la compañía? Pues eso es un aparcamiento. Estás sentado en una de las sillas, al lado de camboyanos que a veces miran, y a veces no, la televisión mientras pasan por delante de ti, a medio metro, motos que entran y salen. ¿Para qué vas a ser tan tonto de aparcar en la calle si dentro, a cubierto del sol, hay sitio?
El trayecto es largo y el autobús se parará varias veces. ¿Cuántas? Depende de cuantas veces el conductor necesite ir al lavabo, de lo que le ruja el estómago pidiéndole comida, de las paradas que vaya a hacer para recoger a gente (porque están las paradas previstas y las imprevistas). Esta regla también se aplica, aunque en menor medida, para los taxis. Puedes dar por descontado que en este trayecto, de unos 300 kms, será mínimo 3 ó 4 veces.
En cualquiera de las paradas tendrás puestos de comida y motodops ofreciéndote llevar. Una de las particularidades de los puestos de comida es que todo está envuelto en plástico. Todo. ¿Quieres un refresco de lata? Pues ahí va junto con la bolsa de plástico para llevarla. Aunque tengas pensado bebértela en ese momento te dan la bolsa.
Tras casi 5 horas de constantes alteraciones con el perro que se cruza, la vaca que decide no moverse, el banquete de la boda ocupando media calzada, el camión reparando la rueda en tres cuartas partes de la calzada, los boquetes de meteorito ocupando toda la calzada, las motos que se incorporan sin mirar, los adelantamientos en los que te pones a rezar y miras aunque no quieras en una monótona carretera en la que las curvas se pueden contar con los dedos de la mano, en la que parece que el paisaje sea una preciosa y constante repetición, arrozales y más arrozales, llanuras extensas hasta donde alcanza la vista, palmeras en medio de la nada como esperando que saques una fotos, te acercas a Phonm Penh.



"¿Qué tal es Phnom Penh?" me preguntan. "No te gustará" repondo.
El tráfico se vuelve más y más lento, pasas fábricas textiles por doquier, camionetas cargadas hasta los topes de mujeres que allí trabajan, todo tipo de comercios, puestos uno al lado del otro sin ton ni son, cada vez hay más basura, las bocinas se oyen en todas las direcciones y a todas horas. Estás en Phon Penh.
Tras dar vueltas y más vueltas el autobús por fin se para. Te bajas y decides, muy a pesar de los motodops y tuk tuks, que hoy vas a caminar.
No he conocido a nadie a quien esta ciudad le haya gustado nada más verla. Es desordenada, bulliciosa, ruidosa, fea, sucia. Sí, es todo eso. Además no tiene monumentos dignos de admirar en los que valga la pena recrearse, la basura se acumula en cualquier parte, las casas se caen y la suciedad abunda.
Pero es una ciudad interesante, mucho, en la que la vida se hace en la calle. Es una jungla en la que aprender a moverse, en la que preguntar como llegar a un sitio requiere saber de antemano como llegar a ese lugar porque el callejero quedó en el callejero y no la memoria de la gente así que no preguntes donde está la calle 58 porque nadie lo sabrá y porque no tiene porque estar al lado de la calle 57. El sinsentido bien organizado de su tráfico, en el que subirse a una moto (sin casco, por supuesto) es una aventura de alto riesgo pero en el que, no sabes cómo, casi no se ven accidentes. Al principio le dices al motorista que, por favor, respete el semáforo en rojo y tras contestarte que para qué, si no pasa nadie, te relajas, al menos un poco, y le dejas hacer. Sorprendentemente llegas a tu destino. Bueno, tras preguntar a todos los vecinos donde está el número que buscas porque el motodop no sabe exactamente la dirección y tal vez está varios manzanas más lejos.
La cantidad de motos es asombrosa. Me imagino la cantidad de motos que puede llegar a haber en un semáforo del paseo de Gracia en hora punta y me quedo muy, muy corto. Además todas las motos, o casi todas, están destartaladas y son anticuallas.
Y el maloliente mercado donde hay que regatear por todo. Sí, maloliente porque la comida está al aire libre, el calor es insoportable y no hay ni neveras ni aire acondicionado por lo que la fruta fermenta (¿Habéis olido alguna vez el Durian, la fruta más apestosa que existe?) y la carne se reseca y desprende olor, porque los pasillos son estrechos, el techo bajo y la gente lleva horas sudando.
Pero hay que fijarse y hay que volver a ella, una y otra vez, para encontrar su parte bonita, donde uno puede descubrir interesantes contrastes, sus barrios pudientes (lástima de todas esas verjas) y casas coloniales decrépitas pero que aún mantienen su hermosura.
Ya son casi las 5 de la tarde, hora en la que cierran las comecios, la gente vuelve a casa, cambio de turno en las fábriccas, los jóvenes, que son mayoría (el 65% de la población camboyana tiene menos de 25 años), se acicalan, tanto ellas com ellos, en uno de los muchísimos peluqueros callejeros, para irse a pasear en moto, por el borde del río, con la música a todo trapo y comer en cualquier de los miles de puestos de comida.
La verdad, puede que sólo se salve el paseo al lado del río, con sus bares para tomar algo viendo el atardecer. Bares para extranjeros, bares para camboyanos y muy pocos bares para extranjeros y camboyanos.
Y también puede que yo lleve demasiado tiempo aquí y que haya que echarle demasiada imaginación para ver su cara bonita.
Y tal vez por eso me vuelvo al campo, a disfrutar de atardeceres que jamás vi en ningún otro sitio, en el que la total oscuridad de la noche resplandece por la luz de las estrellas y donde el sinfín de ruidos del bosque te invita a domir.

Javi

viernes, 7 de septiembre de 2007

Bill Gates frente a los "flower powers"

No tengo alma de mártir, Gandhi ya hubo uno y no, no voy para cura aunque trabaje con jesuitas; me gustan demasiado las mujeres. ¿Por qué muchos de aquellos que vienen por aquí o que se enteran de lo que estás haciendo tienden a pensar en inclinaciones religiosas?
Diré más de mi: creo en las multinacionales que traen trabajo y en la necesidad de empresas y empresarios, creo en que es necesaria la piedad y la colaboración pero que eso no lleve a estar siempre dando limosnas, creo que esta gente necesita trabajo y poder competir con nosotros en los mercados.
No creo en la idea de "paz y amor" con la que algunos personajes, los por mi llamados "flower-powers", aparecen por Camboya buscando su "espiritualidad", hablando de lo bonito que es el mundo, de la felicidad de las gentes de Camboya, del materialismo que rodea occidente y de lo poco que se necesita aquí para vivir cuando te sueltan la perorata sin pensar en su seguro médico, en su billete de 1.000 euros, que aquí es más de un año y medio de buen salario camboyano, en sus estómagos llenos 3 veces al día, en su "ahora me voy a Nepal y mañana a Fiji" y en que, si quieren vivir en una gruta como nuestros ancestros, es decisión suya y no imposición de la situación. ¡No hace falta que busque más!¡Quédate y trabaja! Pero trabaja.

Creo que la idea de "Paz y amor" como el amor de un padre a un hijo, al que quiere pero exige, al que brinda oportunidades y medios pero espera resultados.
Creo que este país de la sonrisa eterna necesita de esa idea si quiere que la alegría que se refleja en sus rostros no sea un mero escaparate.

Y es precisamente ese reto, llevarte una sonrisa auténtica de un niño, madre o padre, lo que hace que Camboya te enganche.
La sonrisa, el agradacemiento de una familia cuando les llevas semillas de arroz para que sean ellos quienes orgullosamente las plantes, cuando les llevas a un técnico agrícola para que les imparta clases sobre como mejorar la cosecha, cuando les das una silla de ruedas con la que poder ir a la escuela a estudiar, cuando das un préstamo de 100 dólares (y he escrito préstamo y no donación) para montar un negocio, y más aún, el orgullo que sienten al devolverte el dinero.

Creo en la labor social de las empresas y que aquí todo el mundo quiere mejorar: dales una oportunidad y verás como se agarran a ella. Los camboyanos no son tan diferentes de nosotros: quieren tener una mejor casa, quieren poder mandar a sus hijos al colegio, quieren poder comer 3 veces al día, quieren un mejor móvil, una mejor moto, ellas son presumidas y quieren ropa, ellos tamibén quieren ponerse sus mejores galas y repeinarse para impresionarlas, quieren que sus hijos no enfermen y, sí, tambien quieren poder tener tiempo libre y divertirse.
Cierto es que no todo puede juzgarse por criterios únicamente empresariales o, tal vez, sí que tenga que juzgarse todo así, sólo que los límites que pones a una inversión han de incluir parámetros diferentes: aquí como aval no tienes más que las horas de charla con la mujer que te pide el préstamo y ver como cuida su casa y a su familia pues tal hace con ella misma como hará con el dinero que le des.

A todo aquel que me hace este comentario le pongo siempre la misma pregunta:
¿Quién hace más por esta gente: Bill Gates cuando decide donar 200 millones de dólares para la investigación contra la malaria o tú repartiendo flores y predicando amor y paz?
Sin querer despreciar la hermosura de las flores la respuesta está clara.

Javi

jueves, 6 de septiembre de 2007

Un blanco en Camboya o cómo sentirte un marciano


Lo primero que experimentas cuando llegas a Camboya es que todo el mundo te mira. Te sientes observado y tras repasar toda tu ropa, incluyendo la bragueta, mirarte al espejo por si tienes algo raro en la cara caes en la cuenta de que aquí el bicho raro eres tú. Al igual que te quedas mirando a un paquistaní paseando con su turbante por cualquier centro comercial de Barcelona, ellos te miran a ti.

He aquí una serie de situaciones cotidianas en las que sentirte un marciano:

1) Ir a correr. ¿Qué hace un blanco corriendo? A santo de qué corre uno se preguntan y te preguntan los camboyanos. De nada, respondes tú. Corro por correr. Esta es la mejor manera de sentirse como Forrest Gump: todos te saludan por la calle, hacen ademan de seguirte, los oyes que te dicen "Un, dos, tres", ya sea en inglés o en jemer, mientras saltan sobre sus pies como si corriesen, todos, absolutamente todos, los niños saben decir "Hello", algunos te siguen en bici, otros en moto, las conversaciones se paran, las mujeres rien, los perros te ladran extrañados y te persiguen. Hasta la recepcionista del gimnasio cuando te ve correr deprisa (demasiado deprisa para su gusto) se acerca a ti abriéndose camino entre un corrillo de camboyanos expectantes, y te dice: "No hace falta que corras, te vas a cansar". "¿¿No se supone que estoy en un gimnasio y deberías estar acostumbrada??" piensas, jadeante en la cinta, cuando la escuchas.
Ponerse a hacer series (repeticiones) de unos 200 metros es hilarante. Si no estuvieras ahogado por el esfuerzo te reirías de todo. Ver a un tipo correr , pararse, y volver corriendo en sentido contrario los desconcierta sobremanera. Hasta el punto que todo el vecindario sale a verte, sacan las sillas y se sientan a observar el paso del Expreso de Occidente. Y, bueno, si por cualquier motivo vas sin camiseta es el acabóse con tu piel blanca reluciente y tu vello en el pecho. Ya no eres de Martes, eres de Júpiter.

2) Caminar. Ya no se trata de ir a correr con tus ropas estrafalarias sino de caminar simplemente. Se van acercando los moto-dops (moto taxis) y te preguntan, uno tras otro si quieres que te lleven. Les respondes que quieres caminar. Te miran extrañados por la respuesta, por habérselo dicho en jemer y porque, si miras alrededor, ves que es un jungla en donde las aceras o brillan por su ausencia o están saturadas de coches y grandes todoterrenos.

2) Comprar un coche y pedirle al vendedor que, un día antes de entregártelo, te diga el número de matrícula para informar al segura y que te responda: "No tiene matrícula. Usted pidió un coche, no un coche con matrícula".

3) Intentar hacerle entender que necesitas la matrícula. Su respuesta es aún más contundente: "Pero si puede conducir sin matrícula. En Camboya mucha gente lo hace". Se ve que el concepto del seguro no está muy extendido.

4) Ponerte el cinturón de seguridad en el coche y pedirle a los camboyanos que se lo pongan. Su respuesta siempre es, con cara de sorpresa porque se lo digas y porque muchos jamás se han puesto uno ni saben cómo se utiliza, que no les gusta. La cara de marciano la pones tú cuando te subes a un taxi y ves que con lo holgado que va el cinturón podrían caber todos los que van el taxi (y hablamos de 9 personas). Al comentárselo al conductor la respuesta es concluyente: Así es más cómodo.

5) Hacer intentar comprender que en un coche caben 5 personas. Ése número queda auténticamente desfasado por las leyes de la física: En un coche caben tantas personas como volumen haya. En un taxi ése número varía entre 8 y 9. Te subes a un taxi, te sientas en el asiento del copiloto y esperas a que el coche arranque (bueno, más bien que parta porque les encanta dejar el motor encendido durante horas sin necesidad alguna) cuando ves que otro individuo intenta sentarse donde estás tú. Tú, sorprendido, dices que nones, que has pagado por ese asiento. Pero no, estás equivocado, has pagado sólo la mitad del asiento. Resginado aceptas o pagas doble, pero como el tipo ya está ahí no puedes echarle, al menos a las buenas. No has acabado de digirir este cambio de planes cuando ves que una mujer se sienta en el asiento del conductor y pienas "¡Qué raro! una mujer conduciendo" (hay que tener en cuenta que es un país muy machista). Pero no, vuelves a estar equivocado pues esa mujer, de golpe, se estruja hacia ti cuando el conductor quiere entrar. Hete aquí como entran 4 personas adultas delante. Lo más divertido del caso es cuando el coche no es automático, que la mayoría de taxis lo son, y ves como la mujer, o persona correspondiente, ha de separar las piernas para que el conductor pueda cambiar de marcha. Y todo esto con 5 personas más en el asiento trasero, las que tú pensabas que cabían en un coche.

6) Pensar que una furgoneta no caben más cosas. Siempre, repito, siempre caben más cosas. Y más personas. No sé el tiempo que tardarán en montar todo lo que llegan a cargar para que no se caiga. No tendrán estudios y algunos serán cortos o muy cortos pero de verdad que los que montan eso podrían dedicarse a la logística. En una furgoneta, con la parte trasera abierta, pueden caber: Un par de motos, unas 15 personas, 10 sacos de arroz de unos 50 kg. cada uno y fardos y más fardos. Todo bien asegurado con cuerdas. Y digo todo y no todos porque las personas van como buenamente puedan. Fuera y dentro pues dentro hay tanta gente como la norma explicada en el punto número 5. Y ¿dónde caben más cosas o personas? ¡En el capó! He ahí la nueva campaña de la DGT. Un hombre sentado en el capó agarrándose con sus manos en cualquier rendija y, para velar por su seguridad, con un casco. Pero, hombre ¡¿no te das cuenta que ahí sentado por mucho casco que lleves si hay un frenazo o un choque sales disparado cual hombre bala?!

7) Hablar jemer. Eres como el loro que habla, el mono del circo, o un austronauta en medio de la playa en verano: eres la atracción. Muchas veces no te entienden la primera vez que te diriges a ellos. Se lo tienes que repetir un par de veces hasta que se dan cuenta que sí, que tú, el extranjero, les estás hablando en su lengua. Entonces la vendedora se lo dice a los demás y ellos le preguntan "¿Sabe jemer?" y cuando eres tú el que responde "Baat" (sí) se oyen risas. Sí, sí, el barran (extranjero) habla jemer. Puedes tener a una decena de personas mirándote y preguntándote cosas. Otros no se atreven a hablar y tan sólo te observan.

7) Decir que no quieres hielo. Es costumbre camboyana llenar con hielos los vasos hasta que rebosen. Luego verterán el líquido pero primero va el hielo. Por favor, si no quieres hielo ¡no se te ocurra tirarlo al suelo! Aquí se servirá en el siguiente vaso. Y bueno, si ya lo has tirado ¿qué más da? Se le echa un poco de agua, se sacude con la mano y ya está, de vuelta a la nevera.

8) Perseguir a alguien porque te quieres gastar tú dinero en su empresa. Pero cuando hablo de perseguir, hablo de llamadas de teléfono durante meses. "¿Qué pasa?¿Mi dinero no te gusta?". Es que me iba mal, es que ya le llamaré,.....Pero no hay que creerse que sólo es cuando uno quiere entablar relaciones con una empresa. ¡Qué va! ¿Qué habías quedado con alguien para pagarle 20.000 dólares? Tranquilo, ya vendrá otro día.

9) El banco. El primer día que vas al banco a sacar dinero llevas tu pasaporte encima para poderlo sacar cuando te pidan que te identifiques. Ese pasaporte no saldrá del bolsillo. Rellenas el impreso, ya sea solicitando 1 ó 100.000 dólares, lo entregas junto con la libreta de la cuenta y te devuelven el dinero, después de haber pasado por 15 pares de manos diferentes. Mejor no preguntes y mejor no pierdas la libreta, ya que está visto que el nombre del titular no importa en absoluto.

10) Los fajos de billete a la vista en las casas de cambio y en el banco. ¿Qué es eso de tener que avisar al banco con un par de días de antelación para cobrar un cheque de 4.000 euros? Aquí puedes tener a la vista 100.000 dólares. Miras alrededor extrañado hasta que ves a un aletargado policía (condición bastante habitual en los camboyanos) con una metralleta que asusta no sólo por lo grande que es si no por lo oxidada y vieja que parece y porque has oido historias de que son de gatillo fácil.

Para acabar, sólo una recomendación: tómate las cosas con calma. Si te estresas estás acabado. Estar visitando a una familia, a la que has ido a ver para recoger un papel que te piden en el colegio, y acabar echándote una siesta, comer unos plátanos y asistir a una reunión en la que nadie dice nada durante minutos y más minutos es....el pan nuestro de cada día. Tus planes de ver a 5 familias en un par de horas saltan por los aires. Paciencia, mucha paciencia.

Como paciencia para que pasen los mails. Por suerte hoy no llueve y no habrá problemas (eso creo) porque cuando sí llueve, se corta muy a menudo. Y al llamar a la compañía de teléfono (a la que pagas más de 200 dólares al mes por este servicio) te contestan: es que llueve. ¡¿Qué pasa?¿Qué no llueve nunca en este país de monzones?!

Javi

martes, 4 de septiembre de 2007

Condiciones sanitarias en Camboya

Viviendo en Europa das un gran número de cosas por descontadas. Tantas y tan obvias te parecen que si te pregutan cuales son no sabrías qué contestar o tendrías que pensar en ello.
Una de ellas es la sanidad. A todos nos parece lógico que si uno se pone enfermo, aunque sea levemente, haya en algún lugar un médico que le asista y unas pastillas que tomarse. Y todo aquel que viene aquí me pregunta: ¿Hay seguridad social en Camboya?. Pues la respuesta es, por descontado, no.
No hay cobertura sanitaria y todo el que quiera ir al hospital ha de costeárselo ya sea endeudándose, tirando de los pocos ahorros que tenga él y/o su familia o vendiéndose el negocio.
Es por ello que se yendo de pueblo en pueblo uno se queda asombrado de las infecciones que ve. Por lo antes explicado y por la falta de higiene del país. Las bolsas de pus en cualquier parte del cuerpo son asombrosas y la gente aplica la medicina del "ya se curará" ayudada de trapos sucios para secar la sangre y de cuchillos oxidados apoyados en el suelo para arrancar la crosta, hacer un agujero en la herida y permitir su drenaje. Sin embargo, muchas veces no es necesario facilitar el drenaje ya que los abcesos de pus son tan grandes que, al igual que un grano de acné pero de dimensiones mucho mayores, hacen tanta presión en la piel que ésta se acaba abriendo.

El niño de la foto tiene tan sólo 3 años pero tiene pánico a los mal llamados "médicos" que no paran de apretarle en la herida, día sí y día también, para intentar expulsar el pus y la sangre. Sólo que parece que lo más adecuado tras casi un mes con esa infección es llevarle al hospital.
Pero cuando lo llevan al centro de salud de su pueblo lo único que hacen para ayudar es decirle a los padres que está bien y que le afeiten la cabeza. Ahora resultará que afeitar el lado izquierdo del cráneo ayuda a sanar una herida en la parte derecha.
Ayer me econtré a este niño y hoy, tras convencer a los padres que, según ellos, no tenían tiempo, me lo he llevado al hospital provincial de Battambang.
Al llegar allí los médicos, que estos sí son médicos o al menos lo parecen, no han dudado en hacer lo que había que hacer: desinfectar la herida a base de chorros de yodo, arrancar la crosta, abrir la herida para permitir su drenaje y luego taparla con una gasa desinfectada.
Y en todo ese proceso ¿qué damos por descontado que el médico nos daría? Aquello que, lógicamente aquí, no se da: anestesia.
Personalmente le he pedido al médico un poco de "anesthesie" pero, medio riéndose, que no sonriendo, me ha mirado a la cara para responderme que eso es sólo para operaciones mayores y que en Europa, donde damos las cosas por sentadas, estamos malacostumbrados.
Los gritos de dolor de un niño de 3 años tumbado en una camilla agarrado por su padre y un desconocido (el que escribe) a la vez que chillaba "¡Crupet!¡crupet!" (médico, médico) mientras éste le arrancaba la crosta me han hecho pensar en todo aquello que damos por descontado y en mi fútil ofrecimiento de comprar lidocaína, reservada para mayores intervenciones.
Tras las curas, las medicinas. También las hemos comprado nosotros pues tampoco son gratuitas. Y sin medicinas mañana volvería a estar igual. Tratamiento de Eritromicina, un antibiótico, y Paracetamol, un analgésico, para una semana: 2.000 rieles, es decir, 40 céntimos de euro.
¿Te imaginas no poder curar a tu hijo porque no tienes disponibles 40 céntimos de euro y el dinero del pasaje del bus hasta el hospital?

Y aquí todos daban por descontado el llanto del niño. Y que las medicinas las paga cada uno de su bolsillo.
Y nadie pensaba en la lidocaína.