sábado, 29 de diciembre de 2007

Inaugurando etapa

Acabo de inauguarar una nueva década del mejor modo que puedo imaginar. Oficialmente acabo de dejar atrás la veintena y la tierna juventud y alocamiento que se le supone para asentarme en la época adulta. Digo esto porque uno no lee en los periódicos que a alguien de 30 años le tilden de "chico joven" sino más bien un "hombre joven". Y aunque sí es cierto, porque las matemáticas no mienten, que si nací en 1977 ya no puedo contar mi edad en la veintena no lo es que haya desaparecido de mí, afortunadamentede, cierto comportamiento infantil. Las manos enrojecidas de tanto aplaudir y dar palmas, la garganta irritada de gritar y animar, la camiseta sudada y sucia de bailar, jugar, revolcarme, correr, empujar sillas de ruedas y de comportarme como uno más de los chavales del centro me hace creer que el tiempo se quedó encallado en la puerta de embarque del avión que aquí me trajo. Si no fuese por unas cada vez más incipientes entradas y por la característica ropa de abuelo que me han regalado los mismos niños no diría que ya he cumplido un año más.
Con los ojos vendados me llevaron a un cobertizo alrededor del cual estaban todos reunidos. Al retirarme la venda un "Happy Birthday" de inicio silencioso y final seguro y lleno de sentimiento salió por la bocas de unas sesenta personas. Una tradicional camisa de color crudo y ancha y unos pantalones camboyanos color burdeos fueron su regalo, además de una tarjeta en la que han firmado con sus nombres en escritura jemer y qye será un jeroglífico a descrifar cuando me aburra. Tras vestirme con esas prendas me iban diciendo que como hacen los abuelos, pues así me llaman, "Ta", me fuese al templo a rezar. Apuntando a mi frente me señalan con el dedo y me preguntan por mis entradas "¿Ahí tienes pelo?" como queriendo rearfirmar el hecho de que ya estoy en plena madurez.
Para no llevarles la contraria haré uso de la nueva hamaca que hay al lado de mi cuarto y me haré unas buenas siestas de hombre fatigado por los años. Ahí, suspendido en el aire, he aprendido que los españoles nos hemos atribuido una costumbre, la siesta, en la que en realidad no somos más que aprendices y que aquí se cumple a rajatabla entre el mediodía y las dos de la tarde. Haciendo gala de una buena adapación a esta tierra termino aquí el artículo pues al que llaman Ta ya no le quedan más que diez minutos para comer y tumbarse en la hamaca a reposar sus años.