martes, 26 de febrero de 2008

Aún estamos de resaca

Aún estamos de resaca. El jueves pasado, día 21, fue fiesta grande, de las que se recuerdan por mucho tiempo. Más de un año de espera consumido en un día. Vino a visitarnos nuestra reina, la Reina Doña Sofía.

¿Cómo hacer entender lo que significa, para estos niños mutilados y estas gentes pobres, que una reina venga a visitarlos? Aunque Camboya es también una monarquía parlamentaria el Rey, curiosamente con un papel aún menor que en España, tiene una imagen muy poderosa en la mente de la gente. Es un símbolo de máxima altura y respeto. Hay, incluso, un vocabulario propio bastante extenso que sólo se emplea en caso de dirigirse al Rey.

¿Puedes entender que aquí, donde casi no vienen turistas, venga la reina de un país desarrollado? Las caras de nervios y alegría de todos los niños, adultos y ancianos lo decía todo. La mía también.

Como el día anterior había habido una recepción en la capital para toda la colonia española me tocó pegarme el madrugón e ir con los periodistas. Salimos a las cinco de la mañana en un par de furgonetas. Son de las mercedes-coreanas (coreanas de fabricación pero que ellos cubren con todo tipo de cueros, chapas y demás señas decorativas de Mercedes) que no suelen pasar de ochenta pero que iban zumbando con un coche de policía delante. Íbamos en procesión, 2 furgonetas y el coche abriendo paso. Volamos a ciento veinte por hora. Mucho transmisor pero cuando la furgoneta de atrás se paró los de delante no se dieron ni cuenta y tuve que sacar mi teléfono móvil para llamarles y decir que dieran media vuelta. Llegamos una hora y pico antes de la Reina, que vino en helicóptero. Ya a la puerta de la Prefectura el coche se para y no quería entrar porque querían llevarnos al aeropuerto a hacer las fotos de rigor con el gobernador. Para hacerles ver que no íbamos a ir (los periodistas españoles se negaban) hubo que hacer un conato de bajarse de los coches. Total, estábamos en el linde de la entrada.

Doña Sofía fue recibida con cientos de banderas españolas y camboyanas, con vítores de “¡Viva la Reina!¡Viva Sofía!¡Viva la Reina Sofía!” en perfecto castellano y con gran júbilo. Todo estaba reluciente como los paños del oro y los niños y empleados se vistieron con su traje de los domingos para la ocasión. Vivas, cantos y bailes tradicionales para un día especial. La Prefectura estaba preciosa, aún están las banderillas colgadas de los árboles.


Anécdotas hay unas pocas. Ante la mirada atónita de los ministros camboyanos, la Reina decidió entrar a una típica casa camboyana hecha de madera, paja y bambú, subiendo por una paupérrima escalera de madera, y se sentó a charlar con sus moradores (para muchos de estos altos funcionarios camboyanos fue una sorpresa que una reina quisiera conocer la Camboya profunda y salirse del circuito tradicional) o el niño pequeño, de unos cinco o seis años, que acercándose a la Reina, le saca el teléfono móvil para hacerle una foto cuando ésta se acerca a saludarle. Entre los fotógrafos hubo codazos, más que en un carrera de atletismo, especialmente por parte de los camboyanos, enviados desde palacio. No quedó nada por fotografiar. Además, una mujer venida de palacio le indicaba a la reina, como si ésta fuese ciega, donde pisar, dónde había un escalón, dónde estaba la silla, etcétera. Cuando la Reina se desviaba a la pobre mujer parecía que le daba un síncope.

La comida, en el único restaurante con decorado decente de la ciudad, fue amena. Invitaba oficialmente el Rey de Camboya y la comida era privada. Por privada, los camboyanos quieren decir que no montaban la gran comida en la casa del gobernador, sino que toda la delegación camboyana junto a la española comerían en un restaurante privado. Allá llevaron, otra vez de palacio, las sillas, la mesa, la cubertería, los vasos con el reborde dorado, los platos, los manteles, el vino, la champaña y hasta las servilletas. Todo. La silla de la Reina era un pelín diferente a las demás en su mesa de siete personas. Los demás comimos en la terraza, encantados. Ha sido el único filete decente que he comido en Battambang desde que llegué. Me comí todo sin excepción pues había que aprovechar.

Como la Reina decidió no descansar tras la comida salimos pitando, literalmente hacia Tahen, el pueblo que iría a visitar más adelante. A todo pastilla, con los intermitentes puestos, no hubo poli que nos parase. La próxima vez que vaya a Phnom Penh voy a probar lo de poner los cuatros intermitentes y no parar de pitar. Tal vez incluso me compré una sirena. Los bailes salieron muy bien en un encuentro de menos de una hora. La despedida fue, en un perfecto castellano, una salve rociera y un "Adiós Reina, nos veremos en octubre" (este año estaremos de gira en España)

La visita fue fugaz, de tan sólo unas seis horas, pero lo que cuenta es el reconocimiento al trabajo humanitario que, aquí, Kike y su equipo llevan desarrollando durante 22 años y el apoyo y ánimo a esta comunidad que se siente revitalizada con la visita.

Al final del día los camboyanos y los pocos españoles que estamos por aquí compartimos, como en el patio de vecinos, una charla en la que todos sonrientes nos contábamos una y otra vez como había ido el día y qué había hecho tal o cual persona.

No sólo de arroz vive el camboyano pues también necesita sentirse hombre, notar que forma parte de una comunidad y que cuenta para los demás. Podrás estar a favor o no de la Monarquía pero visto desde aquí, a más de 10.000 Km. de distancia su visita nos acercó a casa y trajo alegría a quienes más lo necesitan. Difícil no apoyar esto.

El sábado apareció un camboyano con un periódico en mano. Dijo ser periodista y tras enseñarnos el diario nos pidió dinero por haber publicado la noticia. Dijo que, además, traía fotos reveladas de la ocasión. ¡Cómo si no tuviéramos!

Aún seguimos de resaca esperando la publiación del Hola, Semana y Lecturas de esta semana como unas marujas. ¿Quién será el bueno que nos los traiga desde España?

P.D.: El único que no tengo soy yo que estuve de asistente por si pasaba algo