martes, 18 de septiembre de 2007

Minas o bombas antitú

Este año se cumplen 10 años de la firma de un tratado del que para saber algo tendrás que ir a internet y empezar a buscar, un tratado que ha cambiado la vida a millones de personas pero que ni para ti ni para mí significó nada, al menos hasta hace poco. Es el décimo aniversario del Tratado de Ottawa que prohíbe la fabricación, venta, comercio, almacenamiento y uso de las minas antipersonal.


Lo único que yo conocía de las minas antipersona (escribo antipersona y no antipersonal porque personal suena impersonal y no te viene a la cabeza que ese "personal" puedes ser tú o puedo ser yo) era lo que veía en las noticias: básicamente hace ya muchos años recuerdo a Lady Di y la Reina Noor de Jordania con los chalecos puestos visitando algunos campos y algunas vícitimas. Al apagar el televisor las minas se quedaban en el olvido.

Todo era así hasta que llegué a Camboya y vi con mis propios ojos lo que en realidad es una mina y el daño que hace. El objetivo de estas bombas del tamaño de tu mano no es matar (que también matan),no, su objetivo es mutilar, desgarrar, herir, provocar un ejército de tullidos porque eso es mucho más doloroso para la familia y un recordatorio desmoralizante y constante del poderío del enemigo. A los muertos los entierras y te acabas olvidando pero no puedes dejarlo atrás cuando has de ayudar cada día a tu hijo a abrocharse la camisa porque no tiene manos.


Tal es su macabro fin que al hablar con algún antiguo soldado te comenta las excelencias de las minas soviéticas, que amputan justo a la altura de la rodilla, frente a las camboyanas, que nunca sabes que te van a arrancar, si poco o si mucho.

¿Cómo harán las pruebas de calidad? "Mira, a esta mina le ponemos un 9 porque ha explotado justo por encima de la rodilla (es mucho peor por encima de la rodilla que por debajo ya que pierdes mucho movimiento) y a la camboyana que ha matado al probre granjero que pastaba con sus bueyes sólo le ponemos un 5 pelado (un suspenso no ya que matar tampoco es tan malo)" podría decirle un soldado a otro.

Pero bueno, si sabes que hay minas, no te metas en el campo, me dirás. Ojalá no tuvieras que meterte en el campo, te respondo yo. ¡Cómo si ellos quisieran! Ellos entran por necesidad; ¿qué harías tú si no tuvieras qué comer y tu único sustento fueran las bayas del bosque, la madera de los árboles y las plantas para comer pero sabes que puedes dar con una mina en cualquier pisada? ¿Qué haces: te mueres de hambre o te la juegas? Y mientras esperan a que llegue algún equipo a limpiar el terreno viven rodeados de minas y se dedican a espantar a los cerdos para que no pasten por rincones en los que su inversión podría saltar por los aires, literalmente, y a educar a los numerosos niños para que no correteen por ahí.


Te puedo hablar de casos que he conocido personalmente, de los 6 niños del centro en el que vivo que están mutilados: de Chaet Nieng, que perdió las 2 piernas y un brazo cortando leña en un bosque, de Srei Nieng, a la que le falta un pie, de Sokheum, quien perdió una pierna y a su tío cuando una mina explotó al paso de su tractor,... O de los nuevos casos que, como un goteo lento pero inexorable, sigue habiendo: el chaval de 15 años que el 30 de agosto (sí, hace sólo 2 semanas) le explotó una mina que le ha sumido en la oscuridad eterna al reventarle los ojos y, no contenta con su daño, la mina se le ha llevado la mano izquierda. Y más, desgraciadamente hay más pero no te lo enseñaré porque aunque siempre queremos el caso más increible (se llega a oir "bueno, a este sólo le falta una mano" como si ésta cariciese de importancia) no quiero caer en el morbo de las heridas.


Y cuando hablo de minas tengo que hablar de UXO, Un-Exploded Ordenance, una manera aséptica de hablar de bombas que no explotaron y que están ahí a la espera de que alguien las coja, como hicieron Sot, que se dejó los brazos al recoger la más cruel mariposa (ésa es la forma que tenía la bomba) que el hombre haya construido, y Rattanak, quien este pasado 18 de enero (hace tan poco que incluso puedes acordarte de donde estabas ese día) perdió un antebrazo, un ojo, casi toda la visión del otro y un par de dedos de la otra mano, suficiente como para que ya no pueda ir a la escuela ni aprender braile.


Impresionado piensas orgulloso "Mira que buenos somos que hemos firmado el tratado de Otawa prohibiendo las minas antipersona" (el tratado ha sido ratificado por 155 países, entre ellos España. ver http://www.icbl.org/). Cierto, pero ni las minas anticarro ni las bombas de racimo lo están. Éstas son bombas que se abren cuando están en el aire y esparcen bombas más pequeñas, como granos de uva descolgados de un racimo, en un radio muy amplio, sin control ninguno sobre dónde caerán y con un gran porcentaje de ellas que no llegan a explotar y quedan aletargadas en el suelo a la espera de que alguien las toque, como si fuesen minas. Aún pareceré un experto militar o un pacifista militante pero no soy más que alguien que ha visto personalmente el daño de estos ingenios mortíferos.

Para conocerlo por mi mismo la semana pasada fui a pasar una mañana con un equipo de desminado para quedarme alucinado de como se juegan la vida esos héroes de 150 dólares al mes. Y cuando hacen detonar las minas que han encontrado, estremeciéndote por la explosión a pesar de estar a 80 metros de distancia, no puedes evitar pensar en la pesadilla por la que tendrías que pasar si te tocase el castigo, cual macabra lotería, y tuvieses que arrastrarte, sangrando y en carne viva, fuera del campo. Porque a ver quien es el valiente que, sabiendo que si hay una mina puede haber más, entra a recoger a un herido poniendo sus piernas en peligro. Aquí no hay rambos ni salvadores del mundo. Es entonces, tras la detonación delante de tus propias narices y con el corazón disparado durante horas por la adrenalina, que vuelves a ver a alguien llevando una pierna postiza y piensas en si tú serías tan fuerte como ellos. Serán pobres, bajos, muchas veces cortos y poco tirados para delante pero ¡qué narices! son hérores anónimos que han aguantado que les desgarren las manos, pies, piernas y ojos y no se quejan. Y no la hacen ni tan siquiera en el hospital. Lo sabes porque lo has visto con tus propios ojos.


¡Malditos jemeres rojos! exclamas a continuación. Odiados y odiosos jemeres rojos, responsables de matanzas y atrocidades, pero que no fueron los únicos en plantar minas. Aquí puso minas todo hijo de vecino: los jemeres rojos, el ejército vietnamita, el ejército camboyano, el ejército tailandés e incluso los propios aldeanos para defender sus aldeas de la llegada de los soldados. Y no, no hay minas estadounidenses (aunque sí muchas bombas suyas quedan por ahí tras los bombardeos durante la guerra de Vietnam; en Camboya cayeron más bombas que las que soltaron bombardeos aliados durante toda la segunda guerra mundial).

¿Cuántas minas quedan? parece ser la gran pregunta. No lo sé pues hay un baile de cifras (al gobierno camboyano le interesa rebajar el número) pero todavía se habla en cientos de miles e incluso en millones. Se llega a barajar la cifra de siete millones de minas: 1 por cada 2 habitantes. ¿Te imaginas España con 22 millones de minas? Y ¿cuán difícil es pisar una mina? El ejemplo para que lo entiendas es fácil: ¿Cuántas veces has pisado una caca de perro? Casi nunca pasa, pero pasa.

Pero lo cierto es que si vives en la ciudad poco o muy poco te limita el que haya minas. Tan sólo cuando te vas a los pueblos asumes que no puedes salirte del camino. Y con salirte del camino me refiero a que si tienes que vaciar la vejiga lo haces en el propio camino, dejándote el pudor en casa, para, nunca mejor dicho, no mear fuera del tiesto.

Poco te impide, la verdad, hasta que un día, recordando tus paseos por los Pirineos, decides que quieres subir el Monte Aural, la montaña más alta de Camboya, para salir de la rutina. Y es entonces cuando alguien te pregunta "¿Quedan minas?" y al inquirir tú a los guardas del parque te dicen que has de subir con guía porque aún puedes pisar uno de esos añejos recordatorios, que no caducan a pesar del los años pasados porque los hicieron demasiado bien.

Justo ahora me acuerdo de la cara del primer camboyano que conocí al que le pregunté si se podía subir las montañas en Camboya y me contestó: "¿Para qué?¿Qué hay ahí arriba por lo que tanto valga la pena jugársela?" Yo, decididamente , me quedo abajo.