Tras las celebración del "falso" año nuevo y de los festines y manjares de "nuestra" Navidad a base de espaguetis, tortilla de patatas a la camboyana, sopas y demás he vuelto al trabajo. Digo falso porque para ellos es como si alguien a ti, en España, te deseara "¡Feliz año nuevo!" un 14 de abril. Sencillamente pensarías que el tipo está loco, bebido o ambas cosas. Digo 14 de abril porque es cuando los budistas y los camboyanos cambian de "verdad" el año. Y digo "nuestra" porque el 25 de diciembre en Camboya no es más que una fecha como otras tantas en el calendario.
Este miércoles pasado tenía que ser vuelta a la rutina y ¡vaya si lo ha sido! Como es costumbre los monjes me han despertado a esas horas tan mías últimamente como son las 5:30h de la mañana. Sus gritos por unos altavoces descomunales al otro lado del río, aproximadamente a unos doscientos y pico metros, me hacen de despertador cada mañana. A la porra con sofisticados relojes de alarma, se acabó el quejarse de la melodía sintética de ésta. ¿Para qué cuando tienes a un grupo de desafinadas voces masculinas y poderosos altavoces de mala calidad que emiten más ruido que otra cosa? En un principio respetaba estas voces porque me comentaron que los monjes cantaban en Sánscrito, que suena a muy santo y que hace que uno diga compungido, pensando en cómo es que ha podido quejarse, "ah, vale, si es sanscrito no me pongo ni tapones y agradezco sus rezos". Sin embargo, ahora ya no. Hace un tiempo que empiezo a entender sus gritos y no porque mi entendimiento de la lengua sásncrita haya despertado mágicamente en mí. No, señor, no. Lo digo porque hablan, más bien gritan, en jemer. Aunque mi compresión de esta lengua es muy limitada sí soy capaz de entender, incluso en mi breve duermevela, cuando aún creo que no puede ser que ya estén cantando, algunas frases. Y, claro, señores, esto me da que pensar. Si no utilizan ya la santa lengua del sánscrito será que tratan temas más mundano. Y no, para temas mundanos no me despierten.
Pasado ya del enfado a la resignación me levanté, salí de debajo de mis varias mantas (la temperatura ha bajado a 20 grados pero las paredes son de papel y el aire enfría más de lo que dice el termómetro) y me fui al gimnasio a hacer unos cuantos largos en la piscina. Al llegar la valla estaba cerrada. Un coche de reparto de hielo (comentario aparte merece cómo se hace y reparte el hielo) llegó en ese momento. Un tipo se bajó del coche y miró alrededor. Viendo que no había nadie, camboyano como es él, es decir, de cuerpo menudo y delgado, se encorva y se escurre ante mis perplejos ojos por unos de los aros olímpicos (¡Qué pretenciosos!) de la valla. Eso sí, con su sombrero de paja. Yo no pude más que quedarme mirando ese aro y pensar a qué edad hubiera dejado de caber: ¿A los 6 ó a los 7?
Finalmente y tras un par de minutos apareció el guardián abrochándose el pantalón para abrir la valla. Sólo atinó a balbucear un "Abrimos a las 6" como buenos días y queja. Miré el reloj y marcaba las seis y cuarto. Como cuando vas a comprar un billete de autobús a las nueve y cuarto y el vendedor te pregunta sin risa ni sonrisa ninguna si quieres ir en el autobús de las nueves.
Tras haber aparcado el coche y bajarme de él se me acercó la recepcionista y me preguntó si iba a nadar. Le dije que sí y me contestó que no se podía porque acaban de echar "medicina" en la piscina y que hasta la una de la tarde (o del día como dicen ellos) no se podría bañar nadie. Yo sólo fui capaz de contestarle del modo que no se ha de hacer jamás: con otra pregunta "¿Por qué no lo echan por la noche, al cerrar?". Sólo obtuve como respuesta un "no se nos había ocurrido".
Después de haber pasado por el gimnasio y por la ducha fría, pues se habían estropeado los calentadores, me volví para casa pasando por el mercado a comprar un poco de tomate y pan para desayunar como en casa. ¡Bendito yo! Me crucé con una larga procesión funeraria de estudiantes a pie, monjes junto al féretro subidos a un camión, acompañantes empujando sus motos en la parte trasera y un camión cargado, como no, con más altavoces a todo volumen. Sin embargo, esta vez todo fue rápido y 15 minutos después ya tenía mis deseados tomates. Aunque me los volví a cruzar llegué rápido a casa.
Un rápido desayuno y al coche. Subo, meto la llave y....nada. El silencio de una batería muerta. Si algo he aprendido en Camboya es a no dudar cuando hay que hacer el puente de una batería a otra con el coche. Ésa fue la tercera vez, que no la última, en una semana. Finalmente el coche arrancó y pude ir a recoger a un par de funcionarios del departamento de agricultura antes de dirigirnos al terreno donde trabajamos.
El camino ha mejorado enormemente y ahora tan sólo tardamos una hora y media, ¡Maravilla!, en hacer los sesenta kilómetros. Aún así el terreno es tan bacheado que uno de ellos comentó que estaba recibiendo un masaje en la espalda con tanto rebote y zarandeo. A mi lado se sentaba una de las chicas que trabaja conmigo quien se negaba a ponerse el cinturón. Me comentaba que ponerse el cinturón le iba mal para el corazón ya que le apretaba y que yo no lo podía enteder ya que esas son enfermedades de las que sólo enferman los camboyanos y no los extranejeras. Hay que saber que es enfermera. En el más absoluto silencio resonó con fuerza su eructo pero no se oyó ni el más mínimo comentario. Es como si yo me quejara porque alguien respira. Estar junto a alguien que no para de acicalarse pero que no tiene reparos en eructar, porque en Camboya es tan natural como te crezcan las uñas, me resulta contradictorio.
Un rato más tarde, ya con el tedio de tanto bote, me oferecieron chicle, otro de los pasatiempos nacionales. Hay que comerlo abriendo y cerrando la boca sonoramente de modo que se oiga el contacto de la lengua al cochar con el paladar. ¡Qué es eso de comer con la boca cerrada y en silencio! Digo yo que debe de ser que aquí es bueno que te entren moscas porque son más proteinas para el cuerpo.
Por suerte para mí nadie y aunque resulte extraño, tal vez ya conocen mi posición, nadie propuso o intentó encender la radio.
Unos chicles mascados contra el paladar más tarde llegamos a Prey Thom. Esos mismos funcionarios que miran por encima del hombro y hacen a los demás cavar y recoger las muestras, se descalzaron y se pusieron a comer con nosotros bajo el cobertizo. El jefe de los dos me enseñó orgullosamente sus relucientes zapatos a lo que tuve que mentir diciendo que me gustaban mientras en realidad no podía evitar que los ojos se me fueran hacia su dedos gordos asomando por sendos agujeros de igual tamaño en los calcetines. ¿Será que la costurera no se deja mirar por encima del hombro?
La comida consiste en raciones de arroz contenidas en paquetes de porespán en las que hay algún pedazo de carne. Por cubierto una pequeña cuchara de plástico. La carne con los dedos. La salsa en medio para compartir, sirviéndose cada uno cada vez con su usada cuchara. Además hay huevo, pero huevo con embrión de pollo. Es un huevo fecundado de varios días. Al igual que en el vino aquí también hay fechas (cinco, diez, quince días de fecundación) y años (este, el anterior o el otro) para determinar su esquisitez y precio. Vencí mis reticencias y la verdad es que me gusta. Bueno, me gustan los de este año, mi paladar aún no se ha hecho a "vendimias" anteriores.
Ahí estaban ellos, tan altivos antes (jefes de oficina y no campesinos) y entonces comiendo con sus calcetienes agujereados, sus morros guarros y sus dedos aceitosos de agarrar los trozos de carne y luego echarse una larga siesta (yo incluido) sobre la tabla de bambú.
Siguió una larguísima charla del café en la que no hay café y en la que los campesinos insitían en querer plantar arroz. Es en ese momento que te das cuenta de los problemas de la ayuda al desarrollo: "Mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo, plantaban arroz y yo quiero plantar arroz". Pero buen hombre ¿no te das cuenta que la tierra no es buena para el arroz?¿No te das cuenta que te lo han dicho tres organizaciones diferentes?¿No te das cuenta que sacarías más rendimiento plantando maíz, soja, cacahuetes u hortalizas? "Yo quiero plantar arroz". Vuelta a empezar.
No sabiendo si estaban convencidos o no volvimos a casa. Hora y media después dejo a los funcionarios en su oficina y al despedirme de ellos la pregunta: "¿Cuándo pagará?""Cuando tenga los resultados". De repente empieza una conversación en jemer entre uno de ellos y uno de mis trabajadores. Yo me enteraba pero hacía ver que no. Entonces llegó la pregunta de nuevo "¿Ha entendido lo que estabamos hablando?""No""Ah, bueno, es que tendría que pagarnos a nosotros también""Eso está incluido en los análsis""No, eso es aparte""¿Por qué no me dijo nada antes de ir? Ahora entiendo que esta mañana me llamara preguntándome si alguien más podía venir. ¿Cuánto hay que pagar?""20 dólres""¿A los dos o a cada uno?""A cada uno""¡20 dólares! Eso equivale a un salario de 400 dólares al mes y usted no los cobra". Silencio. Eres extranjero y blanco y aunque cuando te mires al espejo no lo veas tiene el símbolo del dólar marcado a fuego en la frente. Justo entonces nos pasa por al lado una de estas blancas y escuálidas vacas camboyanas para cagarse ahí, a nuestros pies, y una cabra bala antes de empezar a comerse la basura que rodea el edificio. Mi compañera está pintándose las uñas dentro del coche. La mayoría de los extranjeros no se quejan y pagan para evitar problemas. Además aún me tiene que dar los resultados. "¿Me puede dar un recibo" Muecas y resoplidos. "¿Oficial quiere decir?""Sí, oficial. Ah y me gustaría ver dónde se estipulan las tarifas". Más caras largas y muecas. Finalmente me fui con un recibo que estoy convencido que no sirve de nada y 20 dólares menos, la mitad de lo que me pedía.
Al llegar a casa eran ya las cuatro de la tarde. Decidido a escribir en el blog como estaba me dirigí a la oficina sólo para darme cuenta de que no había electricidad. La compañía eléctrica dejó caer sin más, como quien está acostumbrado, que alguien había vuelto a robar el cable de la electricidad. No quedaba otra cosa más que mascar fruta muy verde con salsa picante para matar el rato y las papilas gustativas. A estas parece ser que sólo se las puede recuperar o reanimar absorbiendo aire sonora y fuertemente con los dientes apretados.
Las seis, la gente se ha ido a casa y ya es de noche aunque la luz ha vuelto. Estaba ya pensando en dejar lo del blog para otro día cuando veo a la chica que trabaja conmigo en un colorido pijama rosa y blanco. Sí, es hora de dejarlo por hoy. Se me acercó y me preguntó "Javi, ¿dónde esta la moto?" ¿La moto? para que quiere la moto si va en pijama. "Delante de la oficina". Con su chaquetilla en la mano se dirigió a ella y tras ponerla en marcha y subirse a ella sólo me dijo "Goodbye" a modo de despedida. Cierto, casi no me acordaba que aquí el pijama no es la ropa que se usa para dormir si no como una prenda más. Podrías ir a comprar el pan con pijama y zapatillas y absolutamente nadie te diría nada. Bueno, siempre y cuando no lleves un pijama de color de pijama. Porque un pijama es un pijama si realmente tiene color de pijama, obvio según los camboyanos.
Se alejó entre la multitud de la calle mientras yo observaba el ajetreo de vuelta a casa de la gente desde el umbral de la entrada del recinto como un telespectador, que lo ve sin estar, hasta que el anciano que tenía enfrente, de espaldas a mí, esperando de pie quién sabe qué decidió enseñarme a través de la práctica y la indiferencia general otro de los sonoros eructos corporales camboyanos, aunque éste no fue bucal, que no importan mucho siempre y cuando no sean olorosos.
Dí media vuelta y me dirigí a mi habitación. Había sido otro día más en Camboya. ro día más descubriendo este país y maravillado por él.
Así discurrió el segundo día de este falso nuevo año y un simple miercoles más en el auténtico año 2.548 después de Buda.