"¿Cómo es Camboya?". Depende.
Todo aquel que venga a Camboya tiene la oportunidad de conocer sus dos caras, la rural y la urbana, o quedarse sólo con la segunda, que es lo que se ofrece a la mayoría de turistas. Pero en un país donde el 80% de la población aún vive en el campo vale la pena poner un pie en los fangosos y polvorientos caminos de sus aldeas.
Este viaje de una Camboya a otra no necesita más que las 5 (ó 6, ó 7 u 8) horas de autobús del trayecto de Battambang a Phnom Penh.
La primera es la segunda, o tercera tal vez, ciudad del país, dónde la mayor parte de la gente trabaja en sus extensos campos de arroz.
La segunda es la bulliciosa capital en la que los arrozales están siendo sustituidos por fábricas textiles que dan trabajo a miles y miles de mujeres y a algunos hombres.
Te despiertas en Battambang. Empiezas el día a las 5:30 con el canto de los monjes resonando en los ruidosos altavoces de los numerosos templos desperdigados por la ciudad. Te das cuenta que intentar conciliar otra vez el sueño es inútil por lo que decides pegarte tu ducha fría matinal (pocos lugares hay que tengan agua caliente) mientras te das cuenta de que la para ti heroicidad de levantarte a esas horas de la madrugada no supone ningún hecho extraordinario al ver como se despereza el tráfico en la calle, las tiendas ya están montadas, la gente barriendo y tú aún por ducharte.
Una vez fresco y liberado del sudor de la noche vas al mercado, que ya se encuentra en plena ebullición. Son poco más de las 6 y con el sol desperezándose entre la bruma del horizonte ya es hora punta: lentamente grupos de bicis te adelantan, los niños con los vacas se dirigen a los arrozales, los bueyes ya están arando la tierra, los escuálidos perros ya están husmedando en busca de comida y los camboyanos enfundados en sus cromás (pañuelo típico camboyano) para protegerse del sol o como falda están listos para empezar otra jornada. ¿De trabajo?¿de calma? Aquellos que no tengan un puesto en el mercado o una tienda o un campo que trabajar estarán a la espera, otro día más, de que alguien les ofrezca trabajo. Esa es una de las grandes diferencias con la ciudad: el trabajo.
Por un día te olvidas de la comida de tu nevera y decides comprarte el desayuno allí. Hay uno a tan sólo un par de kilómetros de casa y en el que te miran como un bicho raro pues ahí no hay extranjeros. Vas a sustituir el café y las tostas por...¿por qué? Tal vez por cualquiera de las sopas picantes, por su pescado seco y fermentado, por sus boles de arroz con verduras o, tal vez, por unos ¡Gaufres! Bendita herencia francesa respiras aliviado. También podrías comerte unos churros. Sí, sí, churros. Las masas de harina y huevo fritas y endulzadas son muy típicas de aquí. Un gofre por 200 rieles, es decir 4 céntimos de euro. Bueno, en ese caso me llevo 5 por 20 céntimos, que tengo hambre y el trayecto en autobús será largo. Yo, como buen catalán, me he comprado unos pocos tomates para hacerme un buen pan con tomate (el aceite de oliva y el jamón ibérico son de importación y sí, están en mi nevera, de la que he vuelto acordarme o, mejor dicho, de la que nunca me olvidé). Por cierto, hay dos tipos de pan: el pan-pan, que es el de verdad y que tiene miga, y el pan de aire, el más común, hinchado con muchísima levadura pero vacío por dentro que lo único que hace es ponerte los dientes largos y decepcionarte cuando lo tienes en tu mano.
De vuelta a casa te cruzas con un carrito de comida que transporta bottellas: algunas de color marrón oscuro y otras de un blaco marfil. Acabas de cruzarte con la máquina del café y la leche de soja. Puedes probarlo si quieres pero sólo te hago una pregunta: ¿Sabes de dónde ha salido el agua?.
Llegando ya a casa caes en la cuenta de que ya no se oyen los rezos de los monjes. No son ni las 7 y ya han parado. ¡¿Qué pasa?!¿Sólo lo hacen para tocarme las narices y despertarme?! Tal vez, tal vez. Además, te diré que muchas veces es una casete. "Menudos vagos", piensas, "Si me despiertan, al menos que sea con un canto auténtico".
Tras el desayuno, a la estación. Bueno, habría que decir a la parada, para que nos entendamos, pues no existe el concepto de estación al uso en España, en la que se encuentran todas las compañías y salen todos los autobuses haciendo las diferentes ciudades. Allí donde tenga su tienda la compañía de autobús, allí está la estación. Y digo estación, y no parada (contradiciédome la frase anterior) porque puede ser que no haya uno sólo bus si no unos cuantos, pero todos de la misma compañía.
Una de las cosas que me sigue llamando la atención de este país es la definición de aparcamiento. Podríamos definirlo como cualquier lugar en el que cabe una moto. ¿Hay espacio dentro de la tienda de la compañía? Pues eso es un aparcamiento. Estás sentado en una de las sillas, al lado de camboyanos que a veces miran, y a veces no, la televisión mientras pasan por delante de ti, a medio metro, motos que entran y salen. ¿Para qué vas a ser tan tonto de aparcar en la calle si dentro, a cubierto del sol, hay sitio?
El trayecto es largo y el autobús se parará varias veces. ¿Cuántas? Depende de cuantas veces el conductor necesite ir al lavabo, de lo que le ruja el estómago pidiéndole comida, de las paradas que vaya a hacer para recoger a gente (porque están las paradas previstas y las imprevistas). Esta regla también se aplica, aunque en menor medida, para los taxis. Puedes dar por descontado que en este trayecto, de unos 300 kms, será mínimo 3 ó 4 veces.
En cualquiera de las paradas tendrás puestos de comida y motodops ofreciéndote llevar. Una de las particularidades de los puestos de comida es que todo está envuelto en plástico. Todo. ¿Quieres un refresco de lata? Pues ahí va junto con la bolsa de plástico para llevarla. Aunque tengas pensado bebértela en ese momento te dan la bolsa.
Tras casi 5 horas de constantes alteraciones con el perro que se cruza, la vaca que decide no moverse, el banquete de la boda ocupando media calzada, el camión reparando la rueda en tres cuartas partes de la calzada, los boquetes de meteorito ocupando toda la calzada, las motos que se incorporan sin mirar, los adelantamientos en los que te pones a rezar y miras aunque no quieras en una monótona carretera en la que las curvas se pueden contar con los dedos de la mano, en la que parece que el paisaje sea una preciosa y constante repetición, arrozales y más arrozales, llanuras extensas hasta donde alcanza la vista, palmeras en medio de la nada como esperando que saques una fotos, te acercas a Phonm Penh.
"¿Qué tal es Phnom Penh?" me preguntan. "No te gustará" repondo.
El tráfico se vuelve más y más lento, pasas fábricas textiles por doquier, camionetas cargadas hasta los topes de mujeres que allí trabajan, todo tipo de comercios, puestos uno al lado del otro sin ton ni son, cada vez hay más basura, las bocinas se oyen en todas las direcciones y a todas horas. Estás en Phon Penh.
Tras dar vueltas y más vueltas el autobús por fin se para. Te bajas y decides, muy a pesar de los motodops y tuk tuks, que hoy vas a caminar.
No he conocido a nadie a quien esta ciudad le haya gustado nada más verla. Es desordenada, bulliciosa, ruidosa, fea, sucia. Sí, es todo eso. Además no tiene monumentos dignos de admirar en los que valga la pena recrearse, la basura se acumula en cualquier parte, las casas se caen y la suciedad abunda.
Pero es una ciudad interesante, mucho, en la que la vida se hace en la calle. Es una jungla en la que aprender a moverse, en la que preguntar como llegar a un sitio requiere saber de antemano como llegar a ese lugar porque el callejero quedó en el callejero y no la memoria de la gente así que no preguntes donde está la calle 58 porque nadie lo sabrá y porque no tiene porque estar al lado de la calle 57. El sinsentido bien organizado de su tráfico, en el que subirse a una moto (sin casco, por supuesto) es una aventura de alto riesgo pero en el que, no sabes cómo, casi no se ven accidentes. Al principio le dices al motorista que, por favor, respete el semáforo en rojo y tras contestarte que para qué, si no pasa nadie, te relajas, al menos un poco, y le dejas hacer. Sorprendentemente llegas a tu destino. Bueno, tras preguntar a todos los vecinos donde está el número que buscas porque el motodop no sabe exactamente la dirección y tal vez está varios manzanas más lejos.
La cantidad de motos es asombrosa. Me imagino la cantidad de motos que puede llegar a haber en un semáforo del paseo de Gracia en hora punta y me quedo muy, muy corto. Además todas las motos, o casi todas, están destartaladas y son anticuallas.
Y el maloliente mercado donde hay que regatear por todo. Sí, maloliente porque la comida está al aire libre, el calor es insoportable y no hay ni neveras ni aire acondicionado por lo que la fruta fermenta (¿Habéis olido alguna vez el Durian, la fruta más apestosa que existe?) y la carne se reseca y desprende olor, porque los pasillos son estrechos, el techo bajo y la gente lleva horas sudando.
Pero hay que fijarse y hay que volver a ella, una y otra vez, para encontrar su parte bonita, donde uno puede descubrir interesantes contrastes, sus barrios pudientes (lástima de todas esas verjas) y casas coloniales decrépitas pero que aún mantienen su hermosura.
Ya son casi las 5 de la tarde, hora en la que cierran las comecios, la gente vuelve a casa, cambio de turno en las fábriccas, los jóvenes, que son mayoría (el 65% de la población camboyana tiene menos de 25 años), se acicalan, tanto ellas com ellos, en uno de los muchísimos peluqueros callejeros, para irse a pasear en moto, por el borde del río, con la música a todo trapo y comer en cualquier de los miles de puestos de comida.
La verdad, puede que sólo se salve el paseo al lado del río, con sus bares para tomar algo viendo el atardecer. Bares para extranjeros, bares para camboyanos y muy pocos bares para extranjeros y camboyanos.
Y también puede que yo lleve demasiado tiempo aquí y que haya que echarle demasiada imaginación para ver su cara bonita.
Y tal vez por eso me vuelvo al campo, a disfrutar de atardeceres que jamás vi en ningún otro sitio, en el que la total oscuridad de la noche resplandece por la luz de las estrellas y donde el sinfín de ruidos del bosque te invita a domir.
Javi