Estoy paseando y oigo a alguien decir "Menganito lleva una vida de perro" dando entender lo lo mal que vive, pues los perros viven mal, se supone.
Inmediatamente no puedo evitar ponerme a pensar en el fiel y leal amigo que tienen mis padres en Barcelona. Reconozco no ser el mejor amo del mundo y comprarle todos los juguetes y ropajes disponibles en la tienda para mimarle pero aparte de eso Scully, que así se llama, baja dos o tres veces al día a la calle, come diariamente su pienso y alguna que otra galleta o sobra, cada mañana recibe sus 10 minutos de caricias para darle los buenos días, duerme cuanto quiere, si enferma el veterinario lo sana y cuando va al campo es más feliz que unas pascuas. Aparte de faltarle alguna perrita con la que echar una cana al aire no es que tenga una vida muy de perro. Es decir, come, juega, duerme y recibe atenciones y cariño. No está mal e incluso alguno podría pensar, estresado por el trabajo, ¡Yo quiero una vida de perro!
Pero en Camboya ves un maloliente pielyhuesos, hogar de pulgas y parásitos, sarnoso, de andares inquietos, mirada insegura, ladridos silenciados, patas finas, cuerpo estrecho, costillas marcadas, áspero pelo, hocico fino, puntiagudas orejas cortas, largo rabo gacho, miedoso desde que le robaron su braveza las pedradas de niños, ancianos, muchachos y adultos, desconocedor de un regazo y del cariño, con más puntapiés en el cuerpo que un balón de fútbol en el patio de un colegio, lleno de cicatrices, recuerdo inborrable de la afinada puntería de los tirachinas de los chavales, olfateador infatigable en busca de su comida diaria y que es lo más diferente a esa mimada mata de pelo limpia, peinada, sana, simpática, cariñosa, fiel y tal vez gorda que tienes ahí, a tu lado, mientras lees este blog a la que llamas perro. Pero éste no es can albarraniego, ni alforjero, ni braco, ni brucero, ni sabueso, ni de ayuda, ni de busca, ni mucho menos lucharniego, ni viejo, ni de casta, ni tan siquiera faldero mas simplemente feo y callejero.
Y al principio cuando vas a correr te ladran, a escondidas de los amos. e incluso alguno te persigue preocupándote y haciéndote pensar en comprarte algún silbato de ultrasonidos que los ahuyente hasta que un día imitas a los camboyanos y levantas la mano haciendo ademán de tirar una piedra provocando en el chucho una estampida como alma que lleva el diablo dejándote claro cómo les tratan.
Aunque peor les trataría el veterinario, por poner un nombre a quien, bisturí en mano, les raja por donde sea necesario, dejándolos tirados en un rincón sin gasas, ni algodones o calmantes.
Entonces un lamento de tu perro te hace volver a la realidad y a la la conversación y no puedes evitar interrumpir con una pregunta:
Lleva vida de perro pero ¿perro de dónde?¿español o camboyano?
Inmediatamente no puedo evitar ponerme a pensar en el fiel y leal amigo que tienen mis padres en Barcelona. Reconozco no ser el mejor amo del mundo y comprarle todos los juguetes y ropajes disponibles en la tienda para mimarle pero aparte de eso Scully, que así se llama, baja dos o tres veces al día a la calle, come diariamente su pienso y alguna que otra galleta o sobra, cada mañana recibe sus 10 minutos de caricias para darle los buenos días, duerme cuanto quiere, si enferma el veterinario lo sana y cuando va al campo es más feliz que unas pascuas. Aparte de faltarle alguna perrita con la que echar una cana al aire no es que tenga una vida muy de perro. Es decir, come, juega, duerme y recibe atenciones y cariño. No está mal e incluso alguno podría pensar, estresado por el trabajo, ¡Yo quiero una vida de perro!
Pero en Camboya ves un maloliente pielyhuesos, hogar de pulgas y parásitos, sarnoso, de andares inquietos, mirada insegura, ladridos silenciados, patas finas, cuerpo estrecho, costillas marcadas, áspero pelo, hocico fino, puntiagudas orejas cortas, largo rabo gacho, miedoso desde que le robaron su braveza las pedradas de niños, ancianos, muchachos y adultos, desconocedor de un regazo y del cariño, con más puntapiés en el cuerpo que un balón de fútbol en el patio de un colegio, lleno de cicatrices, recuerdo inborrable de la afinada puntería de los tirachinas de los chavales, olfateador infatigable en busca de su comida diaria y que es lo más diferente a esa mimada mata de pelo limpia, peinada, sana, simpática, cariñosa, fiel y tal vez gorda que tienes ahí, a tu lado, mientras lees este blog a la que llamas perro. Pero éste no es can albarraniego, ni alforjero, ni braco, ni brucero, ni sabueso, ni de ayuda, ni de busca, ni mucho menos lucharniego, ni viejo, ni de casta, ni tan siquiera faldero mas simplemente feo y callejero.
Y al principio cuando vas a correr te ladran, a escondidas de los amos. e incluso alguno te persigue preocupándote y haciéndote pensar en comprarte algún silbato de ultrasonidos que los ahuyente hasta que un día imitas a los camboyanos y levantas la mano haciendo ademán de tirar una piedra provocando en el chucho una estampida como alma que lleva el diablo dejándote claro cómo les tratan.
Aunque peor les trataría el veterinario, por poner un nombre a quien, bisturí en mano, les raja por donde sea necesario, dejándolos tirados en un rincón sin gasas, ni algodones o calmantes.
Entonces un lamento de tu perro te hace volver a la realidad y a la la conversación y no puedes evitar interrumpir con una pregunta:
Lleva vida de perro pero ¿perro de dónde?¿español o camboyano?
1 comentario:
uf! menuda descripción, realmente muchos quisieran llevar una vida de perros de los de aqui..., que lástima los pobres esqueletos andantes habitados por todo tipo de insectos ansíos que teneis por ahi...
Besos
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