Espero que puedas perdonar esta tan larga ausencia pero las que ahora escribiré serán unas líneas que he intentado retrasar hasta que el tiempo me ha acabado cazando. Nunca fui bueno en las despedidas pero peor aún soy en aquellas que dicen adiós a cada una de las caras que me han hecho feliz.
Cada cara, reflejo sonriente de un alma fuerte que algún día se resquebrajó, me ha concedido el honor de entrar en su vida y me ha enseñado lecciones para las que no hay escuela: humildad, sufrimiento, aceptación, superación y lucha diaria. A través de ellos aprendí la sencillez, el valor de la presencia y la felicidad de recibir tanto al dar tan poco.
Nunca me gustaron las palabras cursis, demasiado dulces o rimbombantes pero, sentado en mi cama a miles de kilómetros de sus lechos, siento que éste ha sido el lugar en que me he hecho hombre aunque mi cabellera hace tiempo que luzca claros en la frente.
No te escribí porque dediqué este último mes y medio a disfrutarlo en todos sus minutos, mañana, noche y madrugada, con aquellos que tanto me han dado por tan poco recibido. He necesitado de todo este tiempo para arrancarme de ellos. Al hacerlo sentí mi corazón negarse a acompañarme y no han sido pocas las lágrimas derramadas por ello.
En este año y medio no han sido poca las veces que he oído como me felicitaban, me elogiaban y me daban las gracias por estar ahí. Lo agradezco pero en verdad te digo que no hay nada más alejado de la realidad. Los valientes de verdad, los héroes a diario, son ellos, los camboyanos, porque, seamos sinceros, ellos no pueden coger un avión e irse a otra tierra si las cosas se ponen feas o necesitan buscar un trabajo. Son ellos los que han de sacar el país, su país, adelante y los que sufren y lo pasan mal y peor. Yo he sido un privilegiado al verlo y entenderlo.
Todo tiene un principio y un fin. Pero éste ha sido para mí sólo el fin de un capítulo de un libro que ha de seguir y del que no puede haber punto final. Podría contarte aún muchas cosas, buenas, malas, mejores y peores de este país y de sus gentes, ¡tantas cosas se quedaron en el tintero!,pero jamás, aun repasando una y mil veces el diccionario, encontraré el modo, el vocablo, el verbo que exprese la felicidad contenida en tantas lágrimas derramadas y el agradecimiento que, en vano, intento comunicarte.
Si me preguntas cómo estoy te responderé que triste pero que, incluso en lo más íntimo de mí, allá dónde se guardan las penas más profundas, soy feliz. Soy feliz porque (y yo mismo sonrío al leer esto pues suena muy místico) encontré mi camino. Tantas veces oí que es más feliz el que da que el que recibe y al final tuve la dicha de comprenderlo. Dando sólo un poco de mi tiempo he recibido la experiencia de mi vida.
Seguro que te preguntas el por qué de mi partida. En esta larga lucha interna y eterna de la cabeza y el corazón acabé en tablas. Comprendí que lo más justo para ellos es ayudar en la medida de tus posibilidades y entendí que para ello he de estudiar más para comprender y colaborar mejor. Pero el corazón, apasionado él, impuso el retorno.
Me voy para volver a un lugar del que nunca escaparé porque ni quiero ni sé huir de aquellos que en su empujar las sillas de ruedas, en su constante caminar de muletas y prótesis, me han completado. Mientras, con los ojos ya resecos, soy la prueba de que se puede vivir sin corazón pues el mío se quedó bombeando en Camboya.
Cada cara, reflejo sonriente de un alma fuerte que algún día se resquebrajó, me ha concedido el honor de entrar en su vida y me ha enseñado lecciones para las que no hay escuela: humildad, sufrimiento, aceptación, superación y lucha diaria. A través de ellos aprendí la sencillez, el valor de la presencia y la felicidad de recibir tanto al dar tan poco.
Nunca me gustaron las palabras cursis, demasiado dulces o rimbombantes pero, sentado en mi cama a miles de kilómetros de sus lechos, siento que éste ha sido el lugar en que me he hecho hombre aunque mi cabellera hace tiempo que luzca claros en la frente.
No te escribí porque dediqué este último mes y medio a disfrutarlo en todos sus minutos, mañana, noche y madrugada, con aquellos que tanto me han dado por tan poco recibido. He necesitado de todo este tiempo para arrancarme de ellos. Al hacerlo sentí mi corazón negarse a acompañarme y no han sido pocas las lágrimas derramadas por ello.
En este año y medio no han sido poca las veces que he oído como me felicitaban, me elogiaban y me daban las gracias por estar ahí. Lo agradezco pero en verdad te digo que no hay nada más alejado de la realidad. Los valientes de verdad, los héroes a diario, son ellos, los camboyanos, porque, seamos sinceros, ellos no pueden coger un avión e irse a otra tierra si las cosas se ponen feas o necesitan buscar un trabajo. Son ellos los que han de sacar el país, su país, adelante y los que sufren y lo pasan mal y peor. Yo he sido un privilegiado al verlo y entenderlo.
Todo tiene un principio y un fin. Pero éste ha sido para mí sólo el fin de un capítulo de un libro que ha de seguir y del que no puede haber punto final. Podría contarte aún muchas cosas, buenas, malas, mejores y peores de este país y de sus gentes, ¡tantas cosas se quedaron en el tintero!,pero jamás, aun repasando una y mil veces el diccionario, encontraré el modo, el vocablo, el verbo que exprese la felicidad contenida en tantas lágrimas derramadas y el agradecimiento que, en vano, intento comunicarte.
Si me preguntas cómo estoy te responderé que triste pero que, incluso en lo más íntimo de mí, allá dónde se guardan las penas más profundas, soy feliz. Soy feliz porque (y yo mismo sonrío al leer esto pues suena muy místico) encontré mi camino. Tantas veces oí que es más feliz el que da que el que recibe y al final tuve la dicha de comprenderlo. Dando sólo un poco de mi tiempo he recibido la experiencia de mi vida.
Seguro que te preguntas el por qué de mi partida. En esta larga lucha interna y eterna de la cabeza y el corazón acabé en tablas. Comprendí que lo más justo para ellos es ayudar en la medida de tus posibilidades y entendí que para ello he de estudiar más para comprender y colaborar mejor. Pero el corazón, apasionado él, impuso el retorno.
Me voy para volver a un lugar del que nunca escaparé porque ni quiero ni sé huir de aquellos que en su empujar las sillas de ruedas, en su constante caminar de muletas y prótesis, me han completado. Mientras, con los ojos ya resecos, soy la prueba de que se puede vivir sin corazón pues el mío se quedó bombeando en Camboya.
Me voy pero volveré porque habré de recuperar el corazón que me espera para escribir, ya juntos, otro capítulo más en la Cochinchina.
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6 comentarios:
Hola Javier,
Desde luego es difícil decir adiós a tanto sentimiento y como dices tú, a la felicidad de recibir tanto al dar tan poco.
Por supuesto que ellos son valientes y héroes a diario, pero tú Javi…yo no tengo ninguna duda que también lo eres, porque tú les has hecho la vida un poco más facil y feliz, porque tú les has enseñado muchas cosas, porque a ti, es a quien le han regalado su sonrisa y porque a nosotros, desde el otro lado, nos la has alcanzado.
Me alegro enormemente cuando dices que para ti esto es sólo el fin de un capítulo de un libro que ha de seguir y del que no puede haber punto final. No existirá nunca ese punto final porque ese libro, que se escribe por capítulos (tu vida, tu camino) lo seguirás escribiendo a diario estés donde estés, porque has vivido y comprendido cosas que no todo el mundo tiene la suerte de hacer.
Javi, te doy las gracias también por tu decisión y espero poder seguirte y seguir sabiendo de ti.
Un abrazo. Cristina
Hasta siempre Javier, donde quiera que estés tú y tus diarios nos van a acompañar. A mi me han enseñado muchas cosas, volví a llorar no por mí sino por otros.
Ando buscando palabras para no caer en algo cursi, pero sé que cuando alguien me hable de Vietnam, no podré separarlo de ti y tus maravillosos, duros y reales diarios de la Cochinchina.
Te seguiré leyendo como si aún estuvieras.
Gracias Javi, no sabes lo mucho que echaré de menos leerte! Hace ya muchos meses te descubrí en este blog de pura “causalidad” y fuiste tú sin darte cuenta quien me llevó a Battambang a vivir una de las experiencias más bonitas y enriquecedoras de mi vida. No se como se agradece esto, ni todo lo que he me has hecho sentir en la intensidad de tus palabras. Lo único que puedo decirte es que has sido faro en mi camino y luz en las almas grandes de esos pequeños cuerpos camboyanos. Gracias por descubrirme la sonrisa más bonita del mundo, lo digo de verdad..Mucha suerte allá donde estés y por favor, nunca dejes de escribir!
Un abrazo,
MARC
Hola Javi!!
Tómate tu tiempo pero no dejes la blogosfera del todo, acá se aprende, se genera empatía,se comparten culturas...tómate tu tiempo pero vuelve.
Besitos amistosos con los afectos de siempre!
Sí que es duro todo eso que cuentas... y si parece duro así de lejos, todavía debe ser peor vivirlo en carne y huesos...
Mucho ánimo. Un saludo desde Valencia
Tenía la esperanza de que hubieses vuelto. Te dejo un abrazo y mis mejores deseos porque este 2009 tengas felicidades a borbotones y muchísimo bienestar y amor.
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