jueves, 11 de junio de 2009

Despertando en Liberia

Tras poco más de 10 diez meses rompo el silencio de este blog desde Liberia, pequeño y pobre país en el oeste de África, adonde llegué hace poco más de dos semanas y hasta donde me quedaré hasta mediados de agosto. Esta que sigue es la primera de mis crónicas.


Tenía que reventar y reventó. Tanto quejarme yo de que vivía en una burbuja por ir del trabajo a la oficina y de la oficina al trabajo que al final tenía que estallar.

Al principio todo resulta llamativo, exótico y hasta en cierto modo divertido. Es el ciclo natural: primero te divierte, luego te enerva y al final lo acabas aceptando. Hoy, tras dos semanas y media en Liberia, he pasado de la primera a la segunda etapa. Recapitulemos.

Tras haber empezado este oscuro día de lluvia animado tras visitar la escuela de mi amigo Manuel, un hermano marista que lleva seis años aquí, he llegado al trabajo. Ahí se ha empezado a torcer el día.

Aclaremos que estaré trabajando para uno de los ministerios del gobierno de Liberia durante poco más de dos meses y llevaré a cabo un estudio sobre la ayuda que ha llegado al país en los últimos tre años. Para ello es necesario que todos los ministerios me echen una mano y como los liberianos son muy protocolarios uno de los ministros de mi ministerio me firmó una carta “a quién corresponda” pidiendo colaboración. (aclaración: ministro, entendido al modo español, sólo hay uno pero entre vice-ministros y asistente de ministros, a quienes hay que siempre que llamar “Ministro” para no meter la pata, la lista se alarga).

Al llegar al ministerio me avisan de que el ministro (el de verdad, no de esos ministros subalternos) de otro ministerio al que tenía que ir hoy no acepta esos términos generales y exige una carta dirigida personalmente a él por el ministro. Aunque reconozco que resulta un incordio pienso que tampoco es para tanto porque sólo hay que cambiar la cabecera. Pero ¿Cuál es el nombre exacto del ministro a quien dirigir la carta? “Pregúntalo en protocolo”. El incordio va en aumento. Subo una planta y llego a la oficina de protocolo. De paso pido ya una lista con todos los ministerios y ministros intuyendo que ésta sí es la primera vez pero no será la última vez que suceda. “Lo siento pero ahora el sistema no funciona”. ¿¿¿Alguien sabe el nombre exacto de uno de los principales ministros del país??? Cuando el sistema ya funciona y pienso que tendré la lista llega la noticia del día: “No tenemos tinta”. La impresora está seca y lógicamente no me pueden enviar la lista por correo electrónico porque no hay Internet.

“No tenemos tinta”, frase más repetida del día. Ahí descubres lo que es trabajar en un país tercermundista con tantas restricciones presupuestarias. Lo habías entendido cuando te habían dicho que para las visitas a los otros ministerios el taxi te lo pagas tú porque no hay transporte disponible. Sin embargo, lo de la tinta sí que te pega de lleno. ¿Cómo se supone que voy a escribir una carta si no puedo imprimirla? Mi departamento también se ha quedado sin tinta, así como en no sé cuantas oficinas más. Tras dar más vueltas que Mortadelo y Filemón en las ventanillas de la T.I.A. he bajado, acompañado de un compañero, a la oficina de material.

Primera pregunta a mi compañero: ¿Has hecho una petición oficial de tinta? Respuesta: No. (aclaración: la tinta se acabó ayer). Tras varios tomas y dacas interpelo yo al funcionario: Si hacemos ahora la petición ¿cuándo podremos tener la tinta? Respuesta simple: No tenemos. ¡Toma ya! ¿Por qué no has empezado por ahí? Pues nada, vuelta a arriba (aclaración tres (¿Cuántas aclaraciones tendré que dar?): sólo hay un ascensor y está reservado para la presidente así que de la primera a quinta planta todo el día por las escaleras).

Finalmente, tras enfadarme, patalear, tener que recomponerme y casi lloriquear he conseguido que alguien me dejase imprimir la carta. ¡Qué contento estaba yo porque casi había acabado! Ingenuidad de “White man”.

A falta del ministro titular, hay un “acting minister” que actúa de ministro titular. La anterior carta la firmó el entonces ministro en funciones pero hoy le tocaba a otro. En principio, eso no debería causar más problemas que cambia la firma ¿no? ¡No! He tenido que hacer 5 borradores diferentes, cada vez pensando que era el último pues el ministro me daba su visto bueno para cada vez volver a tener que bajar una planta a hacer cambios. ¿No hubiera sido lógico hacerlo en formato digital para ahorrar tiempo, papel y la tan preciada tinta? No opina así el ministro.

Eran las 10:00 de la mañana cuando, en vano, he intentado argumentar al otro ministerio de la validez de la carta. Eran las 15:00h cuando, rendido ya tras cinco borradores, le he entregado la carta a un asistente para que la acabase él. ¿Cómo será el tema que hasta él me ha dicho “quiero dejar atrás esto hoy”? A las 16:00h aún no estaba acabado el tema. ¿Estará mañana? Desgraciadamente no me sorprendería si no estuviera. Y todo esto con apretones de manos, chasquidos de dedos y sonrisas como si no pasara nada (porque en realidad, y ése es el problema, es que no pasa nada) que no hacen más que añadir frustración para que te lleves las manos a la cabeza.

Aclaración cuatro. Esta aclaración requiere un punto y aparte: el saludo liberiano requiere un cierto aprendizaje y parece un saludo quinceañero “guay”. Empieza con un apretón de manos convencional pero a partir de ahí hay varias opciones. La más común es dejar ir la mano despacio, deslizándola, para acabar chasqueando los dedos corazón y pulgar. Otras veces las manos se enlazan en una serie de movimientos para acabar con el consabido chasquido. También puede uno chocar los puños y con el puño aún cerrado golpearse el pecho a la altura del corazón. Pero volvamos al ministerio.

O mejor, a como irse del ministerio. Debo añadir que llevaba todo el día entre crecientes dolores de estómago y arcadas regalo de alguna comida contaminada. Irse del ministerio es más fácil de decir que de hacer. A pesar de que la marea de taxis amarillos le inundan la vista a uno parece que no hay suficientes para surtir a Monrovia. Para coger un taxi hay que dar codazos, literalmente. Hay una hilera de gente en la “parada” del taxi. Al llegar, uno se pone al final para descubrir que aquello de de fila tiene lo mismo que Joan Gaspart de merengue. El taxi llega con la mano del taxista haciendo misteriosas indicaciones sobre hacia dónde se dirigo (nota aclaratorio (una más): los taxis se comparten) y la gente se abalanza literalmente sobre él. Al principio, como vas trajeado no te metes en harina pero al final, harto de esperar, con retortijados y tras cuarenta minutos bajo la lluvia sacas punta a tus codos. Sin embargo, el resultado puede ser que te metas en el taxi equivocado y que tras doscientos metros tengas que bajarte entre risas de todos los demás pasajeros que entre labios murmuran jocosamente “White man, White man” como si eso fuera sinónimo de tonto. O también puede ser que aciertes y encuentres un incómodo acomodo en el asiento trasero con otros tres pasajeros más. Ahí, bien apretado y oliéndolo el sobaco a al pasajero de cada flanco, oyes al taxista que le dicen al afortunado pasajero del asiento de delante “abróchate el cinturón que ahí delante está la policía”. Y ¿qué pasa con los cuatro que vamos detrás dejando de vez en cuando la puerta abierta para poder ir más anchos?¿no dirá nada la poli? Pues no.

Al cabo de varias paradas para dejar y recoger a nuevos pasajeros (con el consiguiente apretujón en el asiento trasero) he conseguido llegar a la clínica. He llamado al médico desde el coche y según él “everything is clear”. ¿¿Cómo va a estar todo bien si llevo varios días que parezco Belcebú por la cantidad de azufre que echo por la boca?? Los dos hablamos inglés pero parece que él hable chino y yo suahili, tan diferente es el inglés liberiano del que uno aprende. Aunque la insistencia (los retortijones pueden maravillas) consigue que nos entendamos y al final me recete un antibiótico. Ahí en la clínica de una ong (nadie, absolutamente nadie, ha ni siquiera mencionado el “sistema” liberiano de salud para que te curen) piensas en qué pasaría si necesitaras una gastroscopia o resonancia magnética. ¿Cuánto tardarías en llegar a Dakar en avión? te preguntas.

A la salida de la clínica, la misma historia con el taxi. Pero esta vez con el añadido de que como estás en la carretera pasan camiones que levantan una nube de agua sucia y acabas con tu traje hecho un desastre. Un par de taxis más tarde (el segundo lo he cogido para mí solo en vez de esperar a que se llenase) he llegado a casa. He salido del ministerio a las 15:00. He llegado a casa a las 17:00h y sólo he estado 10 minutos en la clínica. El resto, pasado a la caza y captura del taxi. ¡Cómo se echa de menos un buen sistema de transporte público!

Mañana será otro día; habrá luz, no lloverá, mi estómago no reclamará atención, no me subiré a un taxi, y tendré tinta en la impresora y la carta en mi mesa. Pienso esto y en mi cabeza resuenan al unísono varias voces desternillándose: ¡White man!

1 comentario:

gema dijo...

Ostras Javi, desconocía que siguieras con el blog... jajaja... me hubiera gustado verte por un agujerito... me he reído mucho con esta historia White Man :)