Cual manto de muerte, un espeso manto de 77.000 toneladas cubrió las costas gallegas de negritud. Era noviembre de 2.002; el Prestige se quebró y Liberia aún conocería otro año más de esa salvajada llamada guerra. Precisamente aquí, en Liberia, estaba registrada la compañía propietaria del buque que tanto daño nos hizo.
Liberia, a pesar de ser tan pobre, es una potencia mundial. Con una costa de tan sólo unos pocos cientos de kilómetros y con el puerto de la capital que se hunde Liberia es una de las potencias marítimas más grandes del mundo. Al menos, sobre el papel así consta. Son cientos los barcos aquí registrados. Pura falacia, todos lo saben pero Liberia enarbola el pabellón de la Bandera De Conveniencia.
Han sido muchas y airosas las quejas en contra de esos convenientes pabellones que permiten a un buque registrarse en un país sin casi ningún trámite; incluso es posible hacerlo por Internet. Fueron muchos los que alzaron la voz en contra de estos países que permiten crear agujeros negros legales (negritud que ya sabemos dónde acaba incrustada). Sin embargo, pocos saben que las principales potencias mundiales, europeas entre ellas, apoyaron el uso de esas convenientes banderas cuando se cuestionó su existencia allá por 1958, al entrar Liberia en la ONU.
Son muchas las protestas, reproches, críticas y lamentos por el uso de esos buques pero ¿acaso alguien se cuestiona el por qué de ellos?
Liberia es un país malditamente pobre. Son 3,5 millones liberianos, seis de cada 10 de los cuales viven por debajo del linde de la pobreza (límite que aquí se sitúa en unos 250 euros al año). Aparte de lo que gaste aquí la ONU y demás agencias internacionales, el presupuesto nacional para el año que viene es de unos 212 millones de euros. El presupuesto español para 2.009 contempla un gasto de 157.000 millones de euros. Es decir, Liberia, con una población trece veces menor que España, tiene un presupuesto que es sólo el 0,13% del español.
Todo lo anterior viene a cuento porque uno no ata cabos hasta que acude a una conferencia de prensa de la Presidente. En ella varios periodistas le preguntan repetidamente sobre una diferencia de ni siquiera un millón y medio de euros en las aportaciones al presupuesto por parte de la compañía registradora de navíos. 14 ó 16 millones de dólares, ése el problema. ¿En qué país desarrollado se interpelaría a su máximo dirigente por esa diferencia cuando se habla de los presupuestos para todo un año? Sencillamente a ninguno.
La explicación es aleccionadora. Liberia ha tenido que entrar en una guerra de precios con las Islas Marshall, otra de las principales potencias mercantes mundiales, para volver a captar a los buques que atraídos por tarifas más bajas y menos regulaciones se estaban registrando en aquellas. De ahí, el descenso en ingresos.
Liberia no enarbola el pabellón de la Bandera de la Conveniencia y reduce sus tarifas sólo para dar más márgenes de beneficios a patrones de barcos y navieras. No. Libera lo hace por pura necesidad. Cuando el precio de su principal materia prima, el caucho, se hunde un 40% a consecuencia de la crisis, ¿de dónde sacar dinero para levantar el país? Cuando hay hambre no hay pan duro. Y aquí hay mucha hambre.
Estoy convencido de que los liberianos estarían encantados de no formar parte de esos países tan convenientes y de que su presidente no tuviera que responder a preguntas sobre diferencias que son sencillamente ridículas para unos presupuestos generales. Pero también estoy convencido de que uno no puede ir a decirle a un liberiano que refuerce sus controles marítimos para que nosotros nos sintamos más seguros cuando la grandísima mayoría de sus gentes, como el compañero que se sienta a mi lado en el ministerio, encuentra normal comer sólo una vez al día.
El futuro de países como Liberia y el de nuestras costas se juega mucho en Occidente no sólo porque podamos imponer mayores regulaciones sino porque consigamos que países como Liberia avancen en eso llamado desarrollo, que aquí podríamos entender como desayunar, comer y cenar el mismo día. Ésa es la auténtica marea negra que les azota a diario. Nosotros ya limpiamos los restos en nuestras costas mientras que ellos siguen de lleno en ella.
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